Poemario NO TARDES EN VOLVER A LA CRISTALERA DEL TIEMPO, de Virtudes Reza. EDITORIAL LEDORIA

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El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero.
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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Presentación de VAIVÉN en San Roque



Os esperamos en San Roque el viernes 2 a las 19.00 horas....

Presentación del nuevo poemario de mi amiga indocente BLANCA FLORES.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Presentación de "El círculo alquímico" en Alcázar de San Juan, por Paco Gómez


Aunque tú no lo sepas, de Virtudes Reza

AUNQUE TÚ NO LO SEPAS
(Luis García Montero)

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

El poema “AUNQUE TÚ NO LO SEPAS” pertenece al libro Habitaciones separadas (1994) del poeta granadino Luis García Montero. Este poemario fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía en el año 1995. Luis elige este poema para transmitir el amor platónico hacía una mujer que es la que el sueña y pinta en su mente, llegando a ser más real que la propia realidad. Un amor pintado, sublime y perfecto, en esa realidad paralela que todos tenemos, aunque no lo sepamos.
Este poema ha sido fuente de inspiración para muchos. Es curioso pero cuando alguien escribe no sabe las consecuencias que va a tener lo escrito. Seguro que Luis estará orgulloso que su poema haya traspasado paredes imaginarias y los muros invisibles de la sensibilidad.
“AUNQUE TÚ NO LO SEPAS”, es el título de una canción genial, por lo menos para mí. No pretendo hacerlo extensible a los insensibles que habitan este mundo.
Inspirado en el poema de Luis García Montero, surge una canción que comparte título y algunos versos aderezados con el toque personal de Quique González. Una canción destinada al gran Enrique Urquijo y que fue incluida originariamente en el disco “Desde que no nos vemos” del grupo Los Problemas en el año 1998.
Quique González, su creador, suele interpretarla en sus conciertos e incluyó una versión en su disco “Pájaros mojados” en el 2002. También cuenta con otra versión realizada en directo en “Ajuste de cuentas” del 2006.


Aunque tu no lo sepas
me he inventado tu nombre
me drogué con promesas
y he dormido en los coches.

Aunque tu no lo entiendas
nunca escribo el remite en el sobre
por no dejar mis huellas.

Aunque tú no lo sepas
me he acostado a tu espalda
y mi cama se queja
fría cuando te marchas.

He blindado mi puerta
y al llegar la mañana
no me di ni cuenta
de que ya nunca estabas.

Aunque tu no lo sepas
nos decíamos tanto
con las manos tan llenas
cada día más flacos.

Inventamos mareas
tripulábamos barcos,
encendía con besos
el mar de tus labios.

Y toda tu escalera.


Quique González


¿Puede dar más de sí un poema? Este cumple con creces, ya que también sirvió de inspiración para el relato «El vocabulario de los balcones» que Almudena Grandes, mujer de García Montero, incluyó en su libro Modelos de mujer (1996). Basándose en este relato, Juan Vicente Córdoba dirigió en 2000 la película Aunque tú no lo sepas, que fue presentada en la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián.
Y más recientemente una mujer, Virtudes Reza, el 12 de Noviembre de 2011, hace su propio alegato del poema de Luis. Una mujer de la que dicen que es poeta…..dicen.



Aunque tú no lo sepas,
he volcado el cielo de estrellas,
te he mirado hipnotizada,
como si fueras mi sol o mi luna.

Aunque tú no lo sepas,
te he acariciado en portales perdidos
de tu tiempo irreal,
buscándote en la realidad.

Aunque tú no lo sepas,
estoy en la dimensión de lo racional,
en la elasticidad de mis sentidos,
que vuelven a su forma original,
después de la plasticidad,
huyendo de cristales rotos.

Aunque tú no lo sepas,
he estado en tus sombras,
y te he amado en ellas,
acariciando tus sueños,
con deseo de nuevos amaneceres.


Virtudes Reza

viernes, 11 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (50), por Paco Gómez

La luz de la luna ha desaparecido del mapa estelar. Los animales hacen notar su huida por la ausencia de sus cantos. No hay sombras ni espectros. Hasta la soledad ha faltado hoy a su cita conmigo. Enciendo un cigarrillo en el más absoluto de los silencios envuelto en una negrura fatigosa. Reflexiono acerca del poderoso influjo de la luna en las criaturas de la noche y en cómo su falta hace que todo parezca muerto. Me entran unas ganas incontenibles de huir, de echar a correr desertando de mí mismo, pero no sé elegir un camino de evasión. Permanezco sentado, sintiendo un miedo aterrador. A mi lado se ha sentado alguien. No es la soledad. Es alguien que permanece embozado de la cabeza a los pies que no ha tenido la deferencia amable del saludo. La tristeza, la melancolía y los demás sentimientos yermos que normalmente me acompañan se han mudado momentáneamente a algún lugar distante. La presencia me desconcierta y empiezo a experimentar un terror creciente que se convierte en pánico. Permanezco quieto y no me atrevo ni a fumar. El cigarrillo se consume lentamente entre mis dedos. El extraño se desenmascara y me muestra sus ojos penetrantes. Es una mujer que sin embargo ostenta mi rostro, una versión femenina de mí mismo con los ojos inyectados en sangre. Con un movimiento brusco e inesperado me echa su capa por encima y yo me debato entre la vida y la muerte, pero me aferro a unas ganas de vivir incomprensibles. Cuando por fin logro desembarazarme de la capa, observo la luna llena. La soledad está a mi lado, inmutable. El parque parece un cementerio sin tumbas, pleno de la lunar luz radiante. Las sombras y los espectros danzan mezclados con la hojarasca. Los grillos y las lechuza lanzas sus cánticos nocturnos como si les fuera la vida en ello. Todo está como siempre. Enciendo un cigarrillo y fumo tranquilo. El pánico es sustituido por la presteza de volver a sentirme vivo en mi hogar, en este banco mágico del parque.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (49), por Paco Gómez

La angustia preside mi estado de ánimo esta noche. No hay un motivo aparente y conociéndome como me conozco no tiene por qué haberlo. Son muchos años metido en este cuerpo sin encontrar sentido a nada, aguantando mis rarezas. Me siento en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo que con su brasa ilumina mi rostro cansado. El silencio es tal que al aspirar el humo escucho el chisporroteo que produce la combustión de las hebras del tabaco y el papel. La luna menguó tanto que parece no existir. La soledad, acomodada como cada noche a mi izquierda, me lanza señales imperceptibles. Pero esta noche no la entiendo, ni me entiendo a mí mismo, como cada noche. Busco el silencio y me encuentro con las reflexiones baldías de un tío triste hasta lo enfermizo. Ese soy yo, el que desnuda su alma cada noche en este banco para sentir el frío gélido nocturno en mi alma. El que despedaza sus sentimientos en el lugar más inhóspito que sin embargo es su hogar, si es que el hogar es donde uno se siente más a gusto. Me duele el alma, y para eso no hay remedio en las consultas de la Seguridad Social. La oscuridad es taladrada por la luz mortecina de las pocas farolas que no se han fundido. Mi cordura vierte unas gotas más de su sustancia sobre la madera reseca del banco. Me descalzo en un acto infructuoso porque sentir la tierra bajo mis pies agudiza un tanto mis sentidos. Pero no siento nada. Esta noche ni siquiera interpreto a la soledad, que me mira sorprendida. Quizá mi demencia haya avanzado un estadio y he dejado de ser un buen compañero para ella. En cualquier caso, nada puedo hacer. En cualquier caso mi existencia es terrible. El parque se me vuelve a antojar como un cementerio ausente de lápidas. Imagino una de mármol blanco, la mía, con un hermoso epitafio carente de palabras.

martes, 8 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (48), por Paco Gómez

La luna llena continúa alzada en un cielo con pocas estrellas. Mi mente plomiza imagina que estoy en algún lugar lejano e inocuo. Pero mi cuerpo permanece aquí, en mi banco del parque, acompañado por la gratificante presencia de la soledad. Enciendo un cigarrillo y cuando levanto la cabeza para empezar a generar pensamientos inútiles ocurre algo insólito. Una mujer camina hacia mi banco a unos cien metros. Me digo que no puede ser, que un suceso tan inaudito no puede estar ocurriendo, hasta que ella está demasiado cerca como para que yo reaccione y se sienta ocupando el sitio que segundos antes ocupaba la soledad. No dice nada. Solo abre su bolso y extrae un cigarrillo que enciende con un mechero plateado. Creo que no es consciente de que acaba de profanar un santuario. O a lo mejor el que delira soy yo cuando pienso ya desde hace tiempo que este parque y este banco son míos y no un lugar público. La presencia de la mujer cambia todo el paisaje. De repente estoy en un parque que ya no parece un cementerio, sin sombras ni espectros. El gris ha desaparecido por completo y vislumbro los distintos colores del escenario. Apago mi cigarrillo, nervioso y desconcertado. La mujer me mira y exhala el humo del suyo en mi rostro. Su faz es perfecta, sobre todo cuando esgrime una sonrisa enigmática que me hace pensar que esa presencia no es humana. Cuando una frase empieza a rondar mi caduco cerebro sé certeramente ante quién me encuentro. Y no me sorprendo en absoluto del poder que muestra mi compañera habitual de banco. Asiento en silencio, me levanto tocando el ala de mi sombrero y tomo la vereda que lleva tanto a mi casa como a ninguna parte. La frase reverbera en mi cabeza como una letanía surgida de una tumba: “Te dije que hay entes capaces de tomar la apariencia humana, aunque no son personas”.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (47), por Paco Gómez

Al salir de mi casa me ha ocurrido algo insólito: se me había olvidado el camino del parque. El que ello ocurriera era harto improbable, ya que cada noche me dirijo a ese parque en una cita ineludible. Fui presa de un ataque de ansiedad cuya sensación desconocía. Volví una y otra vez al portal para volver a iniciar el camino, pero el resultado era el mismo en todas las ocasiones. Había perdido la memoria. Extraño este mundo y extraña mi percepción, ya que yo seguía siendo el mismo, recordaba todo excepto el camino hacia mi banco del parque. Finalmente, me vi vagando por las calles con un estado de nervios agudo. En cada banco buscaba a la soledad inútilmente. Incluso pregunté a varias personas que me tacharon de loco, por la forma de preguntar y también porque no sabía dar un nombre o una referencia. Acabé agotado y entré en un bar que estaba cerrando. Pedí una copa de whisky. Me caí de la silla al observar que quien me la sirvió tenía el rostro de la soledad con un matiz de desconcierto. Empecé a temblar descontroladamente. Poco a poco me fui calmando y al abrir los ojos y escuchar el ulular de la lechuza comprendí dónde me encontraba. Encendí un cigarrillo y la soledad me susurró al oído un lamento que me sonó a quejido. En mi mente se fueron formando las frases inconexas de lo que me quería decir. Me dijo que danzar con las sombras no me hacía bien. Y que tampoco me beneficiaba albergar tanta pena y tanta melancolía. Apagué el cigarrillo por la mitad y contemplé la luna llena. Me dieron ganas de aullar como una alimaña. En lugar de eso me levanté y empecé a caminar. Cuál no sería mi sorpresa después de media hora cuando caí en la cuenta de que había olvidado el camino hacia mi casa.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Mi banco del parque (46), por Paco Gómez

Esta noche me rodean los fantasmas de tiempos pasados. Los he invocado con mis pensamientos estériles y ahora que los tengo delante no sé que hacer excepto presentarles a las sombras y a los espectros. La soledad ha declinado mi invitación. No obstante fue ella quien me inculcó el no querer conocer a nadie más. Enciendo un cigarrillo mientras contemplo la espectral procesión de mis fantasmas en retirada. Son demasiado etéreos y vanidosos como para danzar con las sombras. Vuelve a haber luna llena y las criaturas de la noche están en su apogeo. Los grillos no paran de emitir su monótono sonido y las lechuzas ululan desde cada copa de árbol que ocupan. Contrariamente a mí, a la soledad no le gusta la luna llena. El parque está lleno de vida y ella prefiere la compañía de la muerte. Yo también, pero soy lo suficientemente contradictorio como para sentirme bien en diversas circunstancias, aunque lo de sentirse bien sea un eufemismo. Contemplo la luz blanca que se derrama como una cascada sobre el césped. Intento incorporarme pero no puedo. Esta noche me pesa la vida más que nunca. La melancolía lucha por salir a través de mi pecho pero el opaco barniz de condena que rodea mi espíritu se lo impide. Me siento mal sentado sin poder moverme. Apago el cigarrillo en mi pecho y la nostalgia se escapa como un torrente. Me siento liberado. Observo el rostro de circunstancias de la soledad a lo lejos. Vuelvo a bailar con las sombras su danza macabra de cementerio.

martes, 1 de noviembre de 2011

Una deliciosa noche, de Virtudes Reza


El sábado tuve la oportunidad de recitar este poema que había hecho en poco tiempo, escasos minutos antes de ir a una cena entre amigos. No era mi intención recitar pero eso es algo que no se decide. Tiene su momento te lo pidan o no.
Fue una cena muy grata donde el proceso de documentación fue exquisito. Todo ello gracias a la anfitriona que tiene ese don como bien dice su marido.
Hablamos de la creación del universo, de los agujeros negros, de la teoría del Big Bang, de ciencia, de tecnología, de fotos, de música, de literatura, de poesía, de poetas entre los que no me incluyo, de escritores…
Debatimos si era recomendable retocar un poema. Y entre mis argumentos, dije que todo dependía del momento. Yo considero que un poema es un flash de una circunstancia cuando quieres expresar algo. Dejo patente que escribo para mí. Considero el poema una fotografía del momento y a veces no quiero retocar esa fotografía con photoshop. Otras si veo un poema susceptible de ser retocado pero todo depende. Yo decido cuando retocar o cuando no hacerlo. Yo decido si quiero plasmar esa sensación y hacer esa fotografía en forma de poema o dejarla en la instantánea de la retina de mi cerebro, sin darla a conocer al mundo, dejando que llegue y se marche en silencio. Me permito el lujo de hacerlo porque así lo siento en ese momento, aunque sea un pedazo de poema. Simplemente yo decido.
Escribo porque disfruto. Tal vez cuando esta circunstancia no exista, será el momento de abandonar la escritura.
Muchas veces me preguntan si pretendo ser la mejor. Y yo respondo: ¿qué es ser la mejor? Otras veces me preguntan si soy poeta. Y yo respondo: ¡dicen que soy poeta!
Sin duda una deliciosa noche.
Gracias Juanjo y Paqui.
Gracias Ana por hacer posible este encuentro.

Apagas la luz.
Cierras los ojos.

Estoy ahí,
acariciando tu sueño,
mientras cierras los ojos,
mientras te pierdes en sueños
que no son míos.

Apaga la luz,
no ves que estoy ahí,
junto a tu piel,
junto a tu rostro.

Recorro tu cuerpo
con mis manos invisibles.
No me ves.
Sigues tu sueño sin decir nada.

Estoy ahí.
Mientras la luz todavía es tenue,
y huyo del mundo
para perderme en el bosque de tus sueños.

No me ves.
Guardo tus palabras
en el corazón sobrecogido.
Guardo el perfil de tu cara
grabado en mi perfil.

Camino por la oscuridad
mientras cierras la luz.
Quiero alcanzar tu sueño
aunque no sea el mío,
quiero guardar tu sueño
aunque no sea el mío.

Permanezco ahí,
aunque no me veas,
permanezco en tus sueños entrelazados,
aunque no sean los míos.

Apagas la luz.
En cada encuentro
sigo la estela de su sombra,
mientras persigues tu sueño,
y hago dibujos en tu piel,
mientras cierras los ojos,
para dormir en un mundo que no es el mío.

Sigo ahí.
Donde no me ves.
Sigo aquí.
Donde no me ves.
Hasta que los sueños
dejen de ser tus sueños y los míos,
hasta que la eternidad
pase por mí y por mis sueños,
que ya no serán tus sueños.

©Virtudes Reza 29-10-11