Poemario NO TARDES EN VOLVER A LA CRISTALERA DEL TIEMPO, de Virtudes Reza. EDITORIAL LEDORIA

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El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero.
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miércoles, 31 de agosto de 2011

El alcalde del crimen, de Francisco Balbuena, por Paco Gómez

Francisco Balbuena es escritor prolífico, se adapta bien a todos los terrenos y ha ganado premios como el Ciudad de Badajoz, el Río Manzanares de Madrid, elGarcía Pavón o el último Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe 2010. Pero es que además quedó en segundo lugar en el Premio Azorín 2007, y ha sido finalista del Ateneo de Sevilla 2007; del Juan Pablo Forner de Novela de Mérida 2007; delPremio Azorín 2008; del Premio Fernando Lara 2008; del Premio Felipe Trigo2008 y del Premio Primavera 2009. Fue cuarto en el Premio Planeta 2008, segundo del Luis Berenguer 2008 y finalista del Premio Primavera 2009.

Con esta presentación sobran los calificativos. No es raro, por tanto, que el autor haya presentado “El alcalde del crimen”, su última novela publicada por Martínez Roca, en la última edición de la Semana Negra de Gijón. Es más, en la Casa Museo de Gaspar de Jovellanos de esta ciudad la novela habita una vitrina junto a otros libros que hablan del ilustre gijonés, por ser este precisamente el protagonista de la novela.

El “Alcalde del crimen” es una novela negra, pero también es una novela histórica. Podríamos decir que también es una novela costumbrista, ya que nos describe minuciosamente los usos y costumbres de la Sevilla del siglo XVIII. Es en esta época, posterior al Siglo de Oro pero todavía con sus influencias, es donde Paco Balbuena ha situado la trama haciendo protagonista de la misma a Gaspar de Jovellanos, que ostentó el cargo de alcalde del crimen desde 1774. Un cargo que ejercía labores de policía y de juez en una Sevilla convulsa, en la que se mezclan las ideas tradicionales con las ideas ilustradas, provocando en más de una ocasión incidentes graves entre la población y entre las diversas instituciones políticas y religiosas.

La novela es un viaje a nuestro pasado que discurre a través de 672 páginas. Por tanto, es una novela de envergadura con una trama principal y varias subtramas perfectamente enlazadas. Lo mejor que le puede suceder al lector después de terminar el libro es lo que me ha ocurrido a mí, es decir, que no tenía ganas de que terminase, cosa que no es fácil de conseguir por parte del autor en una novela tan larga. Esto no significa que una novela de cien páginas no tenga calidad, no, que las hay y muy buenas. Pero evidentemente no llevan el mismo trabajo que una más voluminosa, como es el caso.

La novela comienza con el asesinato de un religioso al que han decapitado. Jovellanos, como alcalde del crimen, se hace cargo del caso con la oposición del Tribunal de la Santa Inquisición, que en aquellas fechas todavía ostentaba gran parte de su tradicional poder. Pronto se da cuenta de que el criminal es un asesino en serie que regará las calles de Sevilla de religiosos decapitados en diversas circunstancias. En la investigación le ayudará Twiss, un viajero inglés que circunstancialmente se encuentra en Sevilla con su inseparable criado negro Hogg. Twiss yJovellanos, aparte de investigar los crímenes, cultivarán una gran amistad que durará hasta el final de sus días. Los asesinatos en serie constituyen la trama principal de la novela que además nos muestra una Sevilla oscura cuya vida transcurre en barrios bajos y en garitos y tugurios poblados por gente de baja estofa. Además, nos muestra amotinamientos de la población, comunes en aquellos tiempos, consecuencia del choque de las ideas supersticiosas y los aires nuevos de la Ilustración. El conocimiento que muestra el autor de las instituciones de la época y de las calles de la Sevilla del XVIII son fruto de una labor de documentación excepcional, trabajo que supongo ha sido arduo y que se debe sumar al propio de escribir una novela tan voluminosa. Tampoco se debe olvidar la labor de documentación en cuanto a los conocimientos científicos de la época expresados casi siempre en boca del médico Morico, empeñado en hacer las autopsias de los cuerpos cuando estas prácticas estaban todavía prohibidas por sacrílegas.

Por si hubiese pocos ingredientes en la novela, Paco Balbuena nos cuenta dos historias de amor: la de Jovellanos con una mujer noble y la de Twiss con una mujer plebeya, con diferentes resultados, por cierto, que no voy a desvelar, pero ambas igual de apasionadas.

En definitiva, tenemos una novela en donde el autor elige una época determinada de la Historia, sitúa a un personaje histórico dentro de ella y combina realidad con ficción. A estas alturas no voy a hablar del estilo de Paco como escritor, muy cuidado y a la vez sencillo, empleando términos propios de la época que hacen si cabe todavía más creíble la historia, así como palabras que aun estando en el diccionario no son muy conocidas, lo que enriquece el texto. Una novela amena, de entretenimiento y a la vez con un estilo de escritura propio, el de Paco, que a estas alturas no debe ya acreditar nada en el panorama literario español debido a su trayectoria. Y que, sin embargo, seguirá proporcionándonos nuevas obras ya que es de los escritores que siempre tiene algo en mente para contarnos. Su brillantez escribiendo seguro que le dará nuevos premios y nuevas ediciones de sus novelas.

Mi banco del parque (18), por Paco Gómez

¿Por qué vengo a este banco todas las noches? ¿Por qué mi dama es etérea pero se muestra como una mujer que nunca me abandona? Enciendo un cigarrillo mientras contemplo las hojas de los árboles del parque revolotear a su antojo. Su baile, carente de sentido racional, se parece a la danza inclemente de mis pensamientos. ¿Cuánto hace que no como? Lo más extraño es que ni me preocupa. Ya no siento hambre. Ya no siento nada. Excepto la soledad, que se sienta a mi izquierda todas las noches, me han abandonado la tristeza, el amor, la melancolía, la zozobra, la inquietud... Lo único que me amarra a esta vida es este jodido banco de este jodido parque que, si bien es público, lo siento como mío. Sigue sin haber luna ni estrellas. De hecho, solo hay silencio. Un silencio inexorable que solo existe en los camposantos. En realidad, puede que esté muerto. En realidad, puede que Dios no exista. En realidad, en cuanto consuma mi cigarrillo, tomaré de la mano a la soledad y la invitaré a danzar con las hojas.

martes, 30 de agosto de 2011

Mi banco del parque (17), por Paco Gómez

El parque rebosa de espectros mudos que ejecutan una danza inexistente. Me siento en mi banco y enciendo un cigarrillo pensando en días de rosas y versos. La soledad me mira resignada porque sabe que estoy cumpliendo designios de voluntades caprichosas. No hay luna. Ni siquiera se atisba una estrella. La luz mortecina de las farolas ni siquiera alcanza para ver más allá de mis pensamientos cansados. Mis lúgubres sentimientos parecen revestidos de una costra de melancolía imposible de traspasar. Pienso en versos malditos, pero ni aun así logro que mi estado de ánimo llegue al subsuelo. Siento una extraña calma, seguramente propiciada por mis nervios atrofiados para siempre. Exhalo el humo de la última calada mezclado con el vaho plomizo debido al frescor de la madrugada. Hay un silencio imperante. Dudo de si procede de la noche o si es mi propio silencio interior, ese que aprisiona mi espíritu destartalado y necesitado de una inspección que nadie me va a hacer. La soledad suspira y consigue que mi tristeza no desfallezca. Me voy por el sendero hacia ninguna parte y ella me sigue recordándome que no estoy solo.

lunes, 29 de agosto de 2011

Mi banco del parque (16), por Paco Gómez

La noche desprende una solemnidad que casi me asusta. Con más respeto que otras veces me acomodo en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo. Exhalo el humo que se expande de forma aleatoria mientras mis pensamientos se funden con imágenes sin sentido. La soledad, cual escudero fiel, se sienta a mi izquierda como cada noche y permanece en silencio. La luna ha cambiado a cuarto menguante y los grillos están mudos. La tristeza se agarra a los recovecos de mi atormentado espíritu como si en ello le fuera la vida. Recuerdo unos versos que escribí hace unas horas e intento verles un sentido que no tienen. Los renglones torcidos de mi vida están lejos de enderezarse. Me es indiferente. Por mucho que me empeñe nada va a cambiar. Malditas las ganas que tengo de realizar esos jodidos cambios que no me servirían para nada. Malditos los factores de la vida que no pueden ser controlados. Maldita la noche.

domingo, 28 de agosto de 2011

Mi banco del parque (15), por Paco Gómez

Mañana solo será otro día por el que arrastrar los sentimientos por las sucias aceras. Sigue habiendo luna llena y hay una luminosidad en el parque que no acaba de gustarme. Rompe el anonimato de mi banco al albergarme. Enciendo un cigarrillo y exhalo el humo con desgana. La soledad insiste en que no está enamorada de mí, pero me sigue a todas partes. Quizá es solo que se ha acostumbrado a mis extravagancias. Apoyó mis codos sobre mis muslos y enfoco la mirada en el suelo. El canto de los grillos y el ulular de la lechuza otorgan la familiaridad necesaria para hacer de este banco del parque mi hogar, el lugar en donde mejor me siento. Los pensamientos me pesan, constituyen un lastre que tengo que soltar, y lo intento. Pero entonces brotan otros, tan inútiles y estériles como los anteriores. A veces me gustaría ser un animal, en el supuesto de que ellos no piensen. Observo a la soledad y disimulo mi amor hacia ella. Sé que su compañía no me conviene y sin embargo creo que ya no puedo vivir sin tenerla a mi lado. Suspiro por momentos que no viviré. Me lamento por episodios que irremisiblemente terminarán abordándome.

sábado, 27 de agosto de 2011

Mi banco del parque (14), por Paco Gómez

Accedo a mi banco del parque, como cada noche. La soledad me sigue de cerca y se acomoda a mi lado. Juntos contemplamos las sombras de la noche. Hoy hay luna llena y esto propicia un baile de espectros que se proyectan sobre el césped. Enciendo un cigarrillo y converso con mi acompañante, testigo mudo de mis estériles reflexiones. Alzo la vista hacia la luna y pido un deseo en secreto. El humo que sale de mi boca lo hace junto a un ramillete de pensamientos inútiles que se dispersan en la noche. Echo un trago de amarga tristeza que no logra contener mis ganas de vomitar sentimientos vacíos. La soledad me mira inclemente y suspira en dos tiempos. Hay poesía en su mirada. Creo que poco a poco va comprendiéndome, así me lo sugiere su lealtad hacia mí. Un día le pediré que me cuente el secreto que encierra mi existencia. Un día le pediré que me abandone.

viernes, 26 de agosto de 2011

Mi banco del parque (13), por Paco Gómez

Esta noche está lloviendo en el parque. Hay relámpagos y los delicados sonidos de los truenos penetran por mis oídos y caen a plomo sobre mi alma. Los grillos no cantan y el ulular de la lechuza ha desaparecido. Logro encender un cigarrillo a duras penas mientras mi ropa y mi espíritu se empapan. Tengo fijación con este banco, de otra forma, si me quedara un gramo de sensatez, esta noche estaría en casa. Ni siquiera la soledad se ha quedado hoy conmigo. Me da que no entiende las excentricidades de esta alma atormentada que me ha tocado soportar. Pienso en episodios futuros que nunca ocurrirán mientras la lluvia cae de forma repetitiva y barre los malos pensamientos. Me parece escuchar el canto de una mujer que no existe e instintivamente miro a la izquierda porque echo de menos a la soledad, pero ella definitivamente no está. No conozco la canción, de hecho prefiero a Eric Clapton, pero claro, no hay mujeres que canturreen Layla. Me ajusto el sombrero en un acto inútil. Me alejo empapado bajo la luz amarilla de las oxidadas farolas. Ese canto no cesa.

jueves, 25 de agosto de 2011

Mi banco del parque (12), por Paco Gómez

Mi corazón palpita y no es precisamente porque esté enamorado a pesar de que la dama que me acompaña cada noche en este banco haga un mohín de reprobación. Me agrada que la soledad me tome la mano, pero no me queda un gramo de amor.Sístole, diástole, tic-tac, tic-tac... Solo el humo de mi cigarrillo consigue relajarme en esta noche sin luna. Las oquedades de mi alma aumentan día a día su diámetro y me obceco en mis reflexiones, en anhelar lo que nunca tuve, en despertar demonios y fantasmas de otro tiempo, en recordar lo que nunca hice y que ya nunca haré. Observo un pino elegido al azar solo por fijar mi mirada en algo, lejos de ninguna parte para acabar mirando de soslayo a la soledad, que se marcha anunciándome con la mirada mi carácter insoportable. Apago mi cigarrillo y cierro los ojos, pero los abro rápidamente para desechar presenciar una procesión de ánimas. El ulular de la lechuza me dice que me vaya, y así lo hago, dejando un rastro de amargor y tristeza allá por donde paso. La soledad me espera en mi banco del parque bajo el manto de polución que impide ver el otro manto, el de estrellas. Enciendo un cigarrillo y la observo a distancia apoyado en el tronco de un árbol. La noto inquieta, nerviosa, mirando un reloj que solo existe en mi imaginación. Después del tiempo que llevo saliendo con ella, hoy me apetecía estar menos solo, escuchando el canto de otros grillos, socavando estos pensamientos míos tan estériles. No pasa mucho tiempo hasta que me compadezco y me acerco hasta el banco y tomo asiento. No dice nada. Yo tampoco. Enciendo otro cigarrillo y juntos recreamos la atmósfera de todas las noches. A pesar de que hoy no me apetece estar solo. A pesar de que mi espíritu sigue tiznado de ese sucio barniz de podredumbre. A pesar de los pesares.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Ponencia del profesor Ricardo Moreno Castillo en la conmemoración los veinte años de la publicación de la Ética para Amador, de Fernando Savater.

Muchas gracias por vuestra presencia y gracias también a la fundación Lara por haberme dado la ocasión de estar hoy aquí, en tan buena compañía, para hablar de un tema que tanto me interesa como es el de la educación.

Comenzaré mis reflexiones a partir de dos textos de Ética para Amador, de cuya publicación conmemoramos los veinte años. El primero es del capítulo sexto (“Aparece Pepito Grillo”):

¿En qué consiste esa conciencia que nos curará de la imbecilidad moral? Fundamentalmente, en los siguientes rasgos:

……………………………………………………………………………………………………… d) Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y por tanto razonablemente responsables de las consecuencias de nuestros actos

El segundo procede del capítulo noveno (titulado “Elecciones generales”):

Un régimen político que conceda la debida importancia a la libertad insistirá también en la responsabilidad social de las acciones u omisiones. Por regla general, cuanto menos responsable resulte cada cual de sus méritos o fechorías (y se diga, por ejemplo, que son fruto de la “historia”, la “sociedad establecida”, las “reacciones químicas del organismo”, la “propaganda”, el “demonio” o cosas así) menos libertad se está dispuesto a concederle. En los sistemas políticos en que los individuos nunca son del todo “responsables”, tampoco suelen serlo los gobernantes, que siempre actúan movidos por “necesidades históricas” o los imperativos de la “razón de estado”. ¡Cuidado con los políticos para quien todo el mundo es “víctima” de las circunstancias o “culpable de ellas”!

Estos dos textos los voy a cotejar con otros que van en dirección diametralmente opuesta. Uno de ellos es de Mónica Panting, de quien solo sé que es una psicopedagoga sudamericana:

Pero no es correcto hablar de niños con fracaso escolar. Lo único real es que hay niños con dificultades, las cuales pueden ser muy variadas. El fracaso escolar se produce cuando algo falla en algún punto del sistema educativo, y el niño con dificultades no es ayudado para superarlas. La culpa no es del niño. El niño es el eslabón más débil de la cadena. Primero porque es niño. Segundo porque ya hemos quedado en que es un niño que tiene dificultades. Tercero porque el niño no es un técnico ni en pedagogía, ni en psicología, ni es maestro, ni ninguno de los profesionales que, se supone, son quienes trabajan para enseñarle y conducir sus aprendizajes.

De este texto, la frase nuclear es, a mi juicio, “la culpa no es del niño”. Parafraseando la última cita de Ética para Amador, yo diría que se ha de tener mucho cuidado con los educadores para quienes el niño siempre es víctima de las circunstancias. Porque los educadores que consideran que los niños son siempre víctimas no están creando personas responsables, ni por lo tanto personas libres. Claro que el niño necesita ayuda de los adultos, igual que un enfermo necesita ayuda del médico, pero el enfermo que no obedece al médico no puede cuestionar el sistema sanitario, ni considerarse una víctima. Decir de un niño que tiene dificultades no es decir nada, porque nadie carece de ellas. No se aprende nada si no se adquieren unos hábitos de trabajo y una capacidad de prestar atención que no son naturales en el ser humano, y que en consecuencia no se pueden adquirir sin hacer ciertos esfuerzos ni superar muchas dificultades. Eximir de responsabilidades a un niño porque “no es un técnico ni en pedagogía, ni en psicología” es tan absurdo como si a un niño que está siempre comiendo dulces y no se lava los dientes se le exime de responsabilidad de su mala salud dental “porque no es un odontólogo ni un técnico en higiene bucal”. No hace falta ser médico para comprender la necesidad de ciertos hábitos de higiene, como no hace falta ser profesor para comprender que en clase se han de mantener unos modales y que todos los días se han de hacer las tareas escolares. Es cierto que un niño puede no estudiar debido a que una cierta patología se lo impide. Las patologías existen, y deben ser tratadas. Es imposible estudiar, por mucha fuerza de voluntad que se ponga, cuando te duelen las muelas o cuando tienes una depresión de caballo, pero es importantísimo distinguir los defectos de las patologías. En primer lugar, por lo que se ha dicho antes, si a un niño no le acostumbran a reflexionar sobre los defectos que sí están en su mano superar, porque “el niño no tiene la culpa”, nunca se convertirá en una persona responsable. En segundo lugar, porque quien es tratado de una patología que no tiene es muy posible que acabe teniéndola, igual que el hipocondríaco que está tomando medicinas que no necesita termine enfermo de verdad. Hoy existe un exceso de psicologismo, en parte por dar sentido a la multitud de expertos, orientadores, pedagogos y psicólogos que pululan en muy excesivo número por centros educativos, y en parte por esta corriente que pasa por progresista, pero que en mi opinión es absolutamente reaccionaria, que tan bien se transparenta en el texto anterior: “el niño no tiene la culpa”. En casos de agresiones se ha tratado con tantos miramientos al alumno agresor que el agredido ha tenido que cambiar de centro. Quien agrede a un semejante es una mala persona, y ser mala persona no es una enfermedad. El agresor podrá ser un inmaduro, pero no actúa movido por impulsos absolutamente incontrolables. Sabe que está haciendo mal. Prueba de ello es que nunca se ha dado el caso de un alumno que vuelve a casa todos los días lleno de magulladuras porque se mete con quienes son más fuertes que él. No, frente a los más fuertes recupera la cordura y controla sus impulsos agresivos con una gallardía ejemplar. Y es mucho más digno, y mucho más educativo, ser sancionado por portarse como una mala persona que ser tratado como un pobre tonto que no sabe lo que hace.

El texto que escogí no es en absoluto excepcional. A continuación viene otro de José Gimeno Sacristán, uno de los más representativos ejemplares de la Secta Pedagógica:

Hemos hecho ingresar en el sistema educativo toda la población hasta los 16 o más años, pero internamente hay algo que falla porque la gente no desea la escolaridad, la ve como un castigo. Esto ha dado lugar a mantener últimamente esta teoría conservadora y reaccionaria del esfuerzo como motivo pedagógico siguiendo los mandatos jesuíticos pero desligados de la tradición jesuítica en la historia. Esta teoría del esfuerzo es una de las conquistas regresivas más importantes que ha tenido el pensamiento educativo con reflejo en la opinión pública de los últimos años. El problema se ha simplificado ocultando la realidad negativa y diciendo que a nuestros alumnos lo que les hace falta es esfuerzo. Así podríamos mejorar la sanidad rápidamente diciendo que los médicos hagan más esfuerzo, y la política se podría mejorar sensiblemente si los políticos hicieran más esfuerzo, pero si hacen más esfuerzo tal y como van la cosa no irá por mejor camino, entonces el esfuerzo depende del servicio de sobre a qué causa se pone, y a la causa sobre la que se pone el servicio de la escolarización no es la que despierta pasiones a los estudiantes, que es otro de los problemas de nuestra situación.

(De “La educación que aún es posible”)

He de reconocer que algunos párrafos escapan a mi comprensión, pero esto me sucede con frecuencia con los textos de los pedagogos. Con todo, hay algo que sí he podido entender: hablar del esfuerzo es reaccionario. Para disimular la importancia del esfuerzo, lo envuelve en un lugar común: “Si todos nos esforzáramos más, las cosas irían mejor”. Efectivamente, así es, pero esa frase manida no puede servir para ocultar algo importantísimo: inculcar la necesidad de esforzarse es esencial en la educación de la persona, no es algo accidental ni periférico. Sin esfuerzo no hay aprendizaje, ni instrucción, ni valores. Supone un esfuerzo madrugar todos los días para ir al instituto, supone un esfuerzo escuchar una explicación que nunca podrá ser tan amena como una película, supone un esfuerzo hacer las tareas escolares, supone un esfuerzo ayudar a un compañero al que le cuesta más de lo normal estudiar porque está pasando una mala racha, supone un esfuerzo superar una mala racha aunque recibas ayuda de los compañeros, supone un esfuerzo levantarse para ceder el asiento a una persona anciana. Y es un esfuerzo del cual nadie puede abdicar ni en el cual nadie nos puede suplantar. Es cierto que por circunstancias sociales adversas algunos tienen más dificultades que otros para estudiar, y el esfuerzo que tienen que hacer es superior al que precisan otros compañeros más afortunados. Esto es injusto, pero no hay otra alternativa: o hacen ese esfuerzo suplementario, o nunca superarán esas circunstancias adversas. Esto lo explicó muy bien Barak Obama en una alocución que dio en la escuela secundaria Wakefield, en Arlington. Con un fragmento de este discurso quiero terminar mi intervención:

He dado muchos discursos sobre educación. Y he hablado mucho sobre responsabilidad. He hablado sobre la responsabilidad de vuestros profesores para inspiraros y haceros estudiar, sobre la responsabilidad de vuestros padres para que permanezcáis encarrilados, hagáis vuestros deberes, y no paséis todo el tiempo frente a la televisión. He hablado mucho sobre la responsabilidad del gobierno para elevar los niveles, apoyando a los profesores, y mejorando aquellas escuelas donde los estudiantes no tienen las oportunidades que merecen.

Pero podemos tener los profesores más entregados, los padres que más os apoyen y las mejores escuelas del mundo, y todo ello será inútil si vosotros no cumplís con vuestras responsabilidades, asistís a esas escuelas, ponéis atención a esos profesores, escucháis a vuestros padres y trabajáis todo lo duro que hace falta para triunfar.

……………………………………………………………………………………………

Quizás no tenéis adultos en vuestra vida que os den el apoyo que necesitáis. Quizás alguien en vuestra familia ha perdido su trabajo, y no hay suficiente dinero. Quizás vivís en un vecindario donde no os sentís seguros, o tenéis amigos que os presionan para desviaros del buen camino. Pero al final, las circunstancias de vuestra vida no son una excusa para descuidar vuestros deberes escolares o tener una mala actitud. No es excusa para ser groseros con vuestro profesor, hacer novillos, o abandonar la escuela. No es excusa para no intentarlo.

martes, 23 de agosto de 2011

Mi banco del parque (11), por Paco Gómez

Las hojas revolotean en la noche creando una atmósfera del todo inhóspita. No obstante, no puedo resistirme a acercarme a mi banco del parque para comprobar que una vez más no hay estrellas. La luna está en cuarto menguante, como mis neuronas. Enciendo un cigarrillo entre los sonidos nocturnos. A mi lado, la soledad me recrimina que fume tanto, pero no logra molestarme. Debe ser porque fui yo quien la eligió a ella y no al contrario, aunque creo que se ha acostumbrado a mí, al fin y al cabo la molesto poco, por no decir nada. Reflexiono hasta llegar a ninguna parte y rememoro episodios pasados que no quiero repetir. Creo saber lo que hago, me engaño. En realidad no sé nada de la vida ni de mí mismo.

lunes, 22 de agosto de 2011

Mi banco del parque (10), por Paco Gómez

La imagen de mi banco del parque es solemne. Me siento y enciendo un cigarrillo bajo la atenta mirada de la soledad, que me mira de soslayo. La luna baña hoy mis reflexiones, luna llena de estela en el mar, quién pudiera contemplarla. Los grillos no cantan, extraño. Sugiero a mi acompañante que mantengamos un diálogo, pero no me contesta, la observo taciturna. Me enfrasco en mis cavilaciones. Suena el habitual ulular de la lechuza mientras intento dejar la mente en blanco sin éxito. La soledad me abandona, pero curiosamente me siento solo. Mis reflexiones anulan todo contacto con el exterior; mis reflexiones me conducen hacia ninguna parte. Temblando ante la noche, solicito a las nubes que me dispensen de pensar. No obtengo respuesta.

domingo, 21 de agosto de 2011

Mi banco del parque (9), por Paco Gómez

Sentado en mi barco del parque, deshojo pétalo a pétalo la flor de la incertidumbre entre la neblina que hoy flota en el ambiente. A ella se une el humo de mi cigarrillo junto a mis dudas. La soledad me mira impasible, pero no habla, por miedo a ser un público que no deseo. Los grillos han dejado de cantar en una noche sin luna y mis reflexiones caminan descalzas por la hierba ante el ulular lejano de la lechuza de todas las noches. Mis pensamientos me sugieren que abandone de una vez a la soledad. Sin embargo, alzo la vista hacia las plomizas nubes y confieso en el más absoluto silencio que me he enamorado de ella. Aunque nunca será mi dama eterna, porque será ella la que decidirá abandonar mi compañía.

sábado, 20 de agosto de 2011

Mi banco del parque (8), por Paco Gómez

En mi banco del parque solo hay sitio para mí y para la soledad, que esta noche está parafraseando el canto de los grillos en silencio mientras yo reflexiono y me ensucio los pulmones con el humo de mi cigarrillo. Me recuesto en el respaldo y sitúo mis codos por detrás de la espalda para relajar mi cuerpo, que no mi alma, que sigue cautiva en mí mismo con el desasosiego propio de vivir. La soledad se levanta y se marcha con mohín de desprecio en su rostro, ya que hoy no he aceptado su mano. Hoy ni siquiera hay luna y el parque está oscuro. Hoy ni siquiera ululan las lechuzas. Hay un silencio sospechosamente perenne en el ambiente impuesto, creo, desde el interior de mi mente. Hoy el silencio se mezcla con la oscuridad sepulcral. Yo soy la soledad.

viernes, 19 de agosto de 2011

Mi banco del parque (7), por Paco Gómez

Estaba degustando el humo de mi cigarrillo, la soledad me susurraba pensamientos y de pronto un anciano salido de la nada, plantado frente a mí, me pidió fuego. La soledad salió huyendo ante la mirada azul celeste del viejo. Una mirada dulce, pero una firmeza tras sus ojos como yo no había visto jamás. Mientras le acercaba el mechero mi mano empezó a temblar. No me cupo duda de que ese hombre me estaba haciendo algo. Encendió su cigarrillo sin dejar de mirarme. Cuando la aprensión se apoderó de mí, no tuve otro remedio que cerrar los ojos. Al abrirlos, el anciano estaba a trescientos metros, dándonos la espalda, a mí y a la soledad, que le contemplaba impertérrita dando a entender que al viejo no le había dado tiempo a recorrer tanta distancia. Me chocó que no lo comprendiera, ella que había desaparecido y vuelto a aparecer en décimas de segundo. Y allí quedé en mi banco del parque, reflexionando sobre quién era más inquietante, si la soledad o el anciano.

jueves, 18 de agosto de 2011

Mi banco del parque (6), por Paco Gómez

Esta noche decidí dar luz a mi alma sombría y me senté en mi banco del parque al cobijo de la luna. Dejé a la soledad en una esquina de la calle de la tristeza. Ella no se encontraba hoy con ánimos para acompañarme. A veces, mi compañía no llega a ser completamente complaciente, ni siquiera para una dama como ella acostumbrada a tipos raros y extravagantes. Encendí un cigarrillo y miré al suelo de tierra. Cuando quise darme cuenta estaba ensimismado en un una lata de cerveza que algún jodido imbécil había abandonado allí mismo. El perrillo que ayer me lamió la mano apareció como de la nada moviendo su cola, buscando una caricia espontánea y furtiva. En ese momento apareció la soledad. En el fondo me es fiel. La tomé de la mano, tiré la lata a la papelera y nos adentramos en la noche seguido de nuestro amigo, que seguía meneando la cola.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Mi banco del parque (5), por Paco Gómez

Tuve la impresión de que no estaba solo, como así se corroboró más tarde. Sentado en el banco del parque, con la soledad de la mano y un pitillo en la otra, contemplaba el mismo paisaje de todas las noches, distinto en cada ocasión, tan diferente en matices. Mi compañera me susurró al oído retazos de silencio que me sacaron de mi ensueño bañado por la luz de la luna. La miré y sonreí, entre el arrullo de los sonidos de la noche. Di un sorbo a mi cerveza y volví a encerrarme en mis reflexiones, siempre inconclusas e inútiles. Un perro callejero pequeño lamió mi mano mientras movía su cola. Me dijo que conocía demasiado bien a mi acompañante, así que no tuve que presentársela.

lunes, 15 de agosto de 2011

Mi banco del parque (4), por Paco Gómez

Me siento en mi banco del parque y enciendo un cigarrillo. Ya no hay niños correteando ni jubilados viendo pasar la vida. Solo quedo yo, la luna y las estrellas, y algún grito lejano de alguien que, de seguro, está en compañía de otros bajo los efluvios del alcohol. Ya no cantan los gorriones. Solo el ulular de alguna lechuza y el perenne quejido de los grillos. Tomo de la mano a la soledad, que esta noche es mi amante. Pero por más que le hablo no me contesta, ni yo le exijo respuestas. Está bien así. Porque la inmensidad de la noche engulle mis pensamientos. Me gusta. Apago el cigarrillo y contemplo el firmamento. La soledad, me susurra algo que no entiendo al oído. Pero no me hace falta. Esta noche, ella y yo somos cómplices.

sábado, 13 de agosto de 2011

Mi banco del parque (3), por Paco Gómez

Anoche contemplé la luna llena sentado en un banco del parque mientras fumaba un cigarrillo. Me gusta ese banco porque la farola está fundida y puedo observar sin ser visto. No había nadie por los alrededores, salvo mi nostalgia y un buen ramillete de pensamientos aleatorios que emanaban de mi cabeza. Pienso, como todos, me gusta reflexionar, pero mientras los demás lo hacen para obtener conclusiones, yo nunca llego a ninguna, raramente tomo decisiones basadas en mis reflexiones. Cavilo, sí, pero es porque no sé dejar la mente en blanco, ya me gustaría. Lo más parecido es mirar a esa luna todas las noches, desde ese banco. Si cuando llego a él cada noche no hay nadie sentado, la cosa va bien. Y realmente, nunca hay nadie. Es como si ese banco y yo estuviésemos jodidamente unidos.

viernes, 12 de agosto de 2011

Mi banco del parque (2), por Paco Gómez

Los anaqueles de mi inventario están llenos de experiencias que han ido conformando mi personalidad a base de cincel. No siempre sigo pautas derivadas de este a veces absurdo almacén, pero esas vivencias acaban igualmente en esos anaqueles en los que se acumula el polvo. Un bagaje absurdo si pensamos que solo existe el presente, si sabemos que lo único cierto es la muerte, si creemos, como es mi caso, que la vida nos ata con riendas a veces no deseadas, pero necesarias para conservar la cordura.

Lo que queda cuando alguien ya no está son recuerdos. Hologramas que reaparecen en nuestra memoria de acceso aleatorio e inoportuno a veces. Imágenes veladas de vivencias que quedan indelebles en algún rincón de la complejidad de nuestros sentimientos. Y también palabras, palabras que no se llevó el vientos y quedaron aprisionadas para reverberar eternamente en las mentes de quienes tuvieron relación con la persona desaparecida.

Soñar la vida para adaptarla a nuestras circunstancias es la quimera del soñador iluso que no comprende que la existencia no puede expresarse en parámetros racionales. Racionalizar la vida, sí, para acabar transitando vericuetos con los que no contábamos, para enfrentarse a coyunturas vitales jamás imaginadas. La vida se asemeja más a un barco que ha perdido el rumbo en una marejada que al teorema de Pitágoras. Y sin embargo, el postulado del griego es tan real como el barco a la deriva. Soñar la vida, sí, para terminar naufragando en una isla en la que no se puede elegir destino ni comprar un billete hacia la próxima estación.

jueves, 11 de agosto de 2011

Mi banco del parque, de Paco Gómez

A veces busco la soledad. El anonimato de sentarte en una terraza a leer, tomando un buen café y echando un cigarrillo mientras leo una buena novela. Levantando la vista y viendo a la gente pasar para volver a viajar a través de párrafos escritos quién sabe dónde. Impregnándome de fragmentos de historias de las mesas de al lado, pequeños trozos de historias ajenas. Y terminar sentado en un banco del parque con la mente perdida en recuerdos.

lunes, 1 de agosto de 2011

La Semana Negra debe continuar, por Paco Gómez

No sé por qué escribo. Supongo que un lector compulsivo de novela como yo no podía acabar de otra forma. Pero no todos los lectores acaban escribiendo, es un hecho. Quizá lo haga porque no me gustan los psicólogos y escribir es una terapia. O quizá escribir, en mi caso, sea una necesidad. Lo que está claro es que no lo hago por dinero. Al contrario, desde que he publicado mi primera novela, los ingresos derivados de mi trabajo disminuyen a un ritmo más fuerte. Eso sí, mi novela, a pesar de que su trascendencia al haber sido publicada en una editorial modesta no está siendo muy mediática, me está dando muchas alegrías. Sobre todo cuando los lectores me dicen que les ha gustado; esto no tiene comparación con nada. Las presentaciones y las firmas me siguen pareciendo como un cumpleaños. Y venir a la Semana Negra de Gijón ha sido una experiencia inolvidable.

La Semana Negra es coger el ascensor del hotel y ver a un tipo despistado que acaba de llegar y no sabe muy bien dónde tiene que desayunar. Y que ese tipo es Alfonso Mateo-Sagasta que comparte ascensor contigo. Y que una hora más tarde estoy con él y con Juan Madrid en una mesa del Don Manuel charlando sobre Literatura. Es hacer una tortilla de patatas en casa de Cristina Macía junto a Fernando Marías y María Zaragoza. Es sentarte a una mesa con gente a la que no conoces, pero que llevan la acreditación de autor, como tú, y empezar a charlar, bien sea sobre novelas, sobre fútbol o simplemente escuchando chistes.

La Semana Negra es compartir coche con Maruja Torres, Diego Ameixeiras y Cristina Fallarás, una sensación tan desconocida como agradable. Es tomarte un pulpo con cachelos con Rafa Marín y Adrián Gómez o compartir unas fabes en la Iglesiona con Paco Balbuena. Pero sobre todo es una gran fiesta de la cultura. Son diez días durante los que se puede asistir a presentaciones de libros, mesas redondas y debates sobre Literatura. Es dar un paseo por las casetas y comprar unos libros de gente con la que compartes cafés y copas a diario.

Esta fiesta de la cultura es capaz de llevar a las carpas a gente que han estado disfrutando con sus familias de una tarde de atracciones de feria. Gente que se sienta a escuchar lo que dicen los escritores y que, de otra forma, quizá nunca asistirían a un evento semejante. Una fiesta con una organización intachable que regala libros a todas las personas que se acercan a disfrutar de la cultura.

La Semana Negra es una feria de los libros que, aun en tiempos de crisis, ha tenido unas ventas de 43000 ejemplares, aumentando la cantidad que se vendió el año pasado. Es una fuente de ingresos para la ciudad de Gijón impensable con otro tipo de eventos. Me lo han dicho taxistas, hosteleros y gente de a pie. Es una fiesta de la cultura que sitúa a Gijón en el mapamundi, una ciudad maravillosa de cuya existencia se tiene noticia en el mundo gracias a la Semana Negra y a las noticias que de ella dan cuenta los diarios de medio mundo.

Es volver a encontrarte con amigos que tienen tus mismas inquietudes y conocer a otros nuevos cuyas amistades quedan fraguadas para siempre. Y para mí ha sido todo un placer presentar mi novela en la caseta de “35 Baker Street” cuyos libreros me trataron con un cariño fuera de lo común a pesar de conocerme solo virtualmente a través de Facebook. Aún recuerdo mi estupefacción cuando en la firma estuve acompañado por mi colega Pedro de Paz. Aunque esto estaba anunciado, no sabía yo que además iba a estar acompañado por Jerónimo Tristante, Carlos Salem, Javier Márquez, José Ramón Gómez Cabezas, Vanesa Montfort, Carmen Moreno, Adrián Gómez y... seguro que se me olvida alguien.

Es escuchar a los lectores que se acercaron a la caseta a que les firmara su ejemplar diciéndome que les había gustado mucho la novela y haciéndome preguntas sobre la misma. Lectores que se sabían el libro mucho mejor que yo, lo cual emociona.

Es un encuentro con gente que trabaja por amor al arte en portales tan prestigiosos como Culturamas o Anika entre libros, o con gente de blogs que ocupan su tiempo haciendo reseñas y crónicas que, en ocasiones, resultan tan dignas o más que las publicadas en los medios profesionales. Es un reportaje fotográfico que me llevo y que permanecerá conmigo hasta el final de mis días.

Y sí, la Semana Negra también ha sido este año la valla de la ignonimia que la Universidad ha utilizado para proteger sus instalaciones de presuntos e hipotéticos ataques de personas que estamos por la cultura, que no nos dedicamos precisamente al asalto de instalaciones, sino a otros menesteres. Más les valdría a las autoridades universitarias el haber participado en los foros y en los debates en vez de haber cercado su recinto y haber contratado a vigilantes ¿para vigilar qué?

Un diez para la organización que nos ha tratado a todos estupendamente. Y a su director, Paco Ignacio Taibo II, que en el discurso de clausura prometió que la Semana Negra continuaría. A poder ser en Gijón y si no en cualquier otra parte, en una edición, la próxima, en las que se cumplirán las bodas de plata del festival.