Poemario NO TARDES EN VOLVER A LA CRISTALERA DEL TIEMPO, de Virtudes Reza. EDITORIAL LEDORIA

Comprar el libro Editorial Ledoria, aquí

Comprar el libro en El Corte Inglés, aquí

Puntos de venta en librerías, aquí

El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero.
Comprar libro en Estudio en escarlata, aquí.

Comprar libro en El Corte Inglés, aquí.


jueves, 29 de julio de 2010

La prohibición en Cataluña, de Paco Gómez

De joven me aficioné a los toros. Fue porque en mi barrio apareció un torero de apodo “Yiyo” que dio gloriosas tardes de Toreo y que desapareció trágicamente encontrando la muerte en un ruedo al igual que los otros dos componentes del cartel de Pozoblanco. Además, por aquel entonces, Joselito, de la Escuela de Tauromaquia madrileña, revolucionaba el Toreo. Pronto me di cuenta que la Fiesta Nacional no era sólo cosa de paisanos con bota de vino y bocata. Como persona curiosa que soy, empecé a investigar y me di cuenta de la verdadera dimensión de las corridas de toros. Supe que ha habido y hay pintores que nos han regalado lienzos con escenas taurinas rayanas en el arte sublime. Supe también de la relación de la Fiesta con la Literatura. Y comprobé la fascinación que ha ejercido y ejerce la Fiesta sobre personajes ilustres del mundo de la cultura, españoles y extranjeros.

Lo de la abolición de las corridas en Cataluña es una tragedia, una más, perpetrada por esa casta de politicuchos que sufrimos. El Toreo es sensibilidad y quien no lo ve es que no la tiene. Claro que sería mucho pedir que los políticos fueran sensibles y cultos.

La culpa es nuestra, señores y señoras, que para eso los votamos. No obstante, es curioso que un partido minoritario como ERC lleve ya dos legislaturas gobernando en Cataluña gracias a los intereses de Zapatero, un hombre que bajo el disfraz de la bonhomía ha resultado ser el presidente más voraz y catastrófico de nuestra democracia. ERC, una formación que, merced a nuestro sistema electoral chapucero, obtiene escaños de manera más fácil que la formación de Rosa Díez, por ejemplo, a pesar de obtener muchos menos votos. Un partido que se las da de izquierdas, compuesto por una élite de personajes siniestros hijos de papá sobre los que ha recaído un poder que manejan a su antojo, multando a pobres ciudadanos que rotulan sus tiendas en castellano y ahora prohibiendo los toros por lo de español que tienen, porque no es por otra cosa. Prohíben la fiesta con la excusa del maltrato animal, mientras se comen unos entrecots de escándalo a costa de los contribuyentes. Prohíben por proteger al toro, dicen, cuando si se prohibieran las corridas en todo el territorio nacional, el toro de lidia desaparecería, se extinguiría, porque no hay ganadero que pudiera mantener esa raza, carísima de criar si no fuera por la Fiesta.

Sin embargo, no prohíben los toros embolados ni los demás espectáculos pseudocircenses, qué hipócritas, en donde se patea a los animales e incluso se le dan puñaladas y perdigonazos. Qué pena. Qué libertad más mal ejercida por estos niñatos vanidosos y presumidos que van de intelectuales y de progres cuando lo que son es una panda de amanerados y de parásitos sin ninguna cultura. Qué pena de izquierda cuando los ves convertidos en fascistas prohibicionistas. A ver si toma nota el electorado. Estos no podrían ser ni presidentes de su comunidad de vecinos.

lunes, 19 de julio de 2010

Silencio, de Paco Gómez

Café Gijón, 17 de julio de 2010

Tantas veces busqué el silencio

que cuando él me encontró a mí,

no he sabido reconocerlo,

tras haber recibido agudas andanadas

de melancolía y tedio.

Silencio, palabras y frases hechas añicos,

estados de ánimo que sustituyen los razonamientos,

explosiones silenciosas, distanciamiento,

atmósfera hostil soportando sufrimiento,

gélida morada que se instala bien dentro.

Silencio, silencios, frío que te abrasa,

calor que te hiela los pensamientos,

la sensación de que no tienes alma

porque es incompatible con el vacío,

y te mueres, pero estás irremediablemente vivo.

Silencio, vacío, incontrolables estremecimientos,

silentes fantasmas danzando en la ausencia del deseo,

vacías expectativas regidas por el miedo,

volutas de esperanzas que se escapan sin remedio,

alegrías cadavéricas pudriéndose en el cuerpo.

Silencios enrocados en el maldito tablero,

aromas fétidos aprisionados en el cerebro,

notas vacías que expresan lamentos,

rastros de heridas que afloran en el peor momento,

ese momento en que te envuelve el silencio.

sábado, 17 de julio de 2010

Relato: El escritor. Por Paco Gómez.

Entré en el Café Gijón y Federico me condujo a mi mesa del rincón con su amabilidad característica. Miré por unos instantes hacia la Castellana a través del cristal y le dije a Federico que me trajera un entrecot con patatas y una copita de Marqués de Cáceres. Me daba este lujo una vez al mes, justo el mismo día que me ingresaban en el banco el importe del subsidio de desempleo.

Hubo un tiempo en que acudía aquí todos los días. Un tiempo en que este templo de la Literatura albergaba a los mejores escritores. Una época en la que se charlaba entre compañeros y se ponían en marcha revistas, obras teatrales, novelas y muchos otros proyectos. No teníamos dinero, pero por aquel entonces, el Café tenía unos precios asequibles. Un día, empezaron a venir los ricos, atraídos por el ambiente cultural, y se quedaron para siempre. El resultado es que subieron los precios y todos los artistas dejaron de frecuentar el Gijón. Pero entre esas cuatro paredes quedaba algo, un no se qué que me tenía atrapado. Y eso que yo no llegué a ser importante, como mis compañeros de generación.

Estudié Periodismo, con el esfuerzo de mis padres, que eran trabajadores humildes. Y trabajé de reportero en Pueblo y en ABC. Yo escribía desde que era un niño. Pero ya en la madurez, la Literatura entró en mí como un torrente incontrolable, y empecé a escribir relatos, poesías, novelas y artículos. Esto, que en otra persona podría haberse considerado como una virtud, en mí fue una maldición. Desde aquel momento, sólo me importó escribir. Y me importaban un pito el trabajo, la familia y los amigos. Me convertí en un solitario y fue cuestión de tiempo que, tras terminar trabajando para varios periódicos locales, nadie quisiera darme trabajo. Lo último que había hecho había sido trabajar de acomodador en el María Guerreo.

Todos mis compañeros publicaron sus poemas y sus novelas y hoy son famosos y viven acomodadamente. Los periódicos se los rifan para contratarles como columnistas o como críticos literarios. Yo no tuve cabeza ni me supe vender. Así que malvivo del paro y, eso sí, me ayuda bastante el ganar por lo menos un par de certámenes al mes, aunque esto no es nada seguro.

Terminé de comer y pedí una copita de Jameson con hielo. Abrí mi cuaderno Moleskine, quité la funda de mi Mont Blanc, encendí un cigarrillo y me puse a escribir. Perdí la noción del tiempo y pedí otra copa a Federico. Me sentí un tanto desconcertado cuando descubrí a una joven en la mesa de al lado que, no sólo me miraba, sino que mostraba la mejor de sus sonrisas. Parecía un ángel y, por unos momentos, empecé a pensar cosas raras, por lo que decidí bajar la vista y seguir escribiendo. No pude. Federico me trajo la copa, encendí otro cigarrillo y volví a bajar la mirada. Al cabo de cinco segundos escuché una voz aún más angelical que el rostro de la muchacha que tenía de pie a mi lado.

-¿Puedo sentarme? –me dijo.

-Adelante –logré decir balbuceando.

La chica era rubia y tenía el cabello largo y rizado. Sus ojos eran de color verde esmeralda y sus labios carnosos ocultaban dos hileras de dientes blancos y brillantes. Llevaba una blusa morada escotada, una falda negra y corta que escondía la mitad de sus bien torneados muslos, medias negras transparentes y botines puntiagudos de color morado.

-¿Es usted escritor? –me preguntó.

-Sí, señorita, me dedico a escribir cosas.

-¡Qué interesante! Por cierto, me llamo Ana Cifuentes.

-Yo, Felipe de Paz –contesté extendiendo mi mano.

Estuve a punto de decirle que en mi caso era todo lo contrario a interesante, que la escritura había arruinado mi vida, pero no sé por qué, fui sensato y obvié el comentario. Empezó a contarme que su padre, aficionado a la Literatura, la llevaba al Gijón cuando era pequeña y la hablaba de libros y de los autores que se reunían en el Café. Su padre había muerto, pero ella había continuado yendo por el Gijón, aunque se quejó de que ya no veía a ningún escritor. Que por eso se había acercado a mí al verme escribir. Apuró su café y aceptó que la invitara a una copa.

-¿Me dejaría usted leerlo? –dijo señalando mi cuaderno.

Le dije que el relato que estaba escribiendo no estaba terminado, aunque realmente sólo faltaba el desenlace que cualquier escritor avezado podía intuir. Y me dijo que no le importaba, que se moría de ganas por echarle un vistazo. Ante su sonrisa, que me tenía hechizado, no pude negarme y le extendí mi Moleskine. Empezó a leer. Se inclinó sobre la mesa y dejó a la vista sus más que generosos senos. Mis ojos se perdían en sus pechos y sentí una erección. Aparté la vista y reflexioné. Yo tenía 55 años y ella no aparentaba más de treinta, así que no era cuestión de hacer el ridículo. Aun así, no pude evitar que mi mirada aterrizara más de una vez en aquel escote. Cuando terminó de leer me miró como una niña a la que acaban de comprar unos zapatos nuevos.

-Pero…, pero este relato es espectacular –me dijo-. Escribe usted de una manera exquisita.

-No es para tanto, pero gracias.

A partir de ahí, empezó a interrogarme sobre los aspectos literarios de mi vida. Como hombre y como escritor que soy, me dejé llevar y empecé a hablar de mí mismo. Mi vida era un desastre, pero de vanidad iba bien servido y le relaté mi juventud y mis encuentros en el Gijón con mis compañeros escritores. La surtí de todo un repertorio de anécdotas y enumeré todos los premios de poesía, relato y novela que había ganado. Le brillaban los ojos. Y yo seguía presumiendo entre sus exclamaciones tales como “¡es increíble!” o “¡qué interesante!”.

Al cabo de un par de horas y un par de copas más me sorprendió diciéndome que podíamos continuar con la charla en su casa. Yo no me lo podía creer. Acepté sin titubeos. Pagué a Federico y me excusé ante Ana para ir al servicio. Una vez allí, me lavé la cara y me humedecí el pelo para peinarme. Hice unos cuantos gestos ante el espejo como si fuera un adolescente y me autoengañé pensando en que mi rostro maduro de pelo plateado podría resultar atractivo para una joven. Después, extraje de mi bolsillo una muestra de colonia y me perfumé. Al salir, vi a Ana esperándome en la puerta del Café. Me tomó del brazo y nos encaminamos a su casa que, según me dijo, estaba cerca.

Mientras caminábamos por la calle continuamos hablando. Ella sujetó mi brazo más fuerte aún. De pronto, creí haber rejuvenecido veinte años de golpe y mientras charlaba empecé a percibir el olor de la chica, no el de su perfume, sino su olor corporal, lo que me produjo otra erección al instante, potenciada por las furtivas miradas al escote y el contacto con ella a través del brazo.

Ya en su casa, puso música y el salón se llenó de los compases de la banda sonora de “Memorias de África”. Hizo café y sirvió dos vasos de whisky con hielo. Yo le pedí algunos datos de su vida y sólo me dijo que escribía relatos y que su ilusión era escribir una novela. Parecía más interesada en mis técnicas de escritura, y yo se lo conté todo.

-Felipe –dijo ella-, ¿te importa que me ponga cómoda?

- En absoluto, adelante –le contesté.

Yo no podía más de excitación. Cuando al cabo de cinco minutos ella volvió al salón con un kimono negro que le cubría hasta la mitad de los muslos, me creí morir. Jamás había contemplado antes la imagen de una mujer tan seductora. Ella volvió a sentarse junto a mí con una sonrisa harto sugerente y no pude más. Deslicé la mano entre sus muslos, que se separaron lentamente. Me encontré sin más con su vello púbico. Ella gimió y, tras unos segundos, se levantó para deslizar el kimono sobre sus hombros, que cayó al suelo produciendo un susurro inaudible.

Abandoné la casa de Ana totalmente hipnotizado. Me dijo que me llamaría al día siguiente, pero nunca lo hizo. Volví a su casa, pero ella ni siquiera vivía allí. Interrogué a sus vecinos, pero nadie supo darme razón de una chica rubia de unos treinta años llamada Ana Cifuentes. Allí no vivía nadie. La casa era de alguien que había muerto recientemente, viudo y sin hijos. Ana se esfumó de mi vida. Incluso llegué a poner una denuncia por desaparición en comisaría. Cuando la policía comprobó que ella no vivía allí, no sólo se mofaron de mí sino que a punto estuvieron de demandarme por mentiroso. Pasé un mes con depresión, dando tumbos por el barrio y emborrachándome. Poco a poco, con paciencia y disciplina, volví a centrarme en escribir.

Habían pasado unos quince meses desde que conociera presuntamente a Ana cuando un amigo escritor, compañero de generación y ahora famoso, me invitó a la presentación de su última novela en una librería de la ciudad. Llegado el día, me acerqué hasta la librería una hora antes y me dediqué a mirar libros tranquilamente. Después de pasar un rato agradable, me dirigí al lugar reservado a las diez novelas más vendidas. Sentí la curiosidad de mirar el libro que ocupaba el número uno. La portada no estaba mal y la editorial era la más importante. Di la vuelta al libro y empecé a leer la sinopsis. Según avanzaba en la lectura fui palideciendo. Rápidamente, busqué la fotografía de la autora en la solapa de la novela. Entonces empecé a temblar de forma descontrolada. No podía creerlo. En la fotografía aparecía Ana sonriendo. Sólo que ni siquiera se llamaba Ana, sino Clara Amores, la mujer que me robó el corazón y mi relato para convertirlo en una novela de éxito. Qué ingenuo había sido. Y lo malo era que, siguiendo las pautas que me marcaba mi habitual despiste, no había registrado el relato en la Propiedad Intelectual, así que no podía hacer nada. Estrellé el libro contra el suelo. Cuando el vigilante de la librería me agarró, apareció mi amigo el escritor y, con tenacidad, pudo convencer al empleado de seguridad para que me soltara. Se ofreció a pagar los desperfectos, pero el vigilante dijo que yo debía abandonar la tienda inmediatamente. Mi amigo me acompañó hasta la calle y, una vez fuera, quiso saber qué me ocurría. Pero yo sólo vociferaba maldiciones. Cuando consiguió tranquilizarme se despidió de mí porque ya era la hora de la presentación, no sin antes preguntarme si me encontraba bien. Yo asentí y me alejé cabizbajo y con las manos en los bolsillos.

Veinte días después, yo hacía cola en unos grandes almacenes. Clara Amores presentaba al público su best seller basado en mi relato. La cola avanzó lentamente hasta que, al fin, estuve frente a frente con la escritora. Mi mirada de odio contrastaba con la expresión de incredulidad de Clara, que empalideció al instante.

-Eres una embustera y una ladrona –le espeté ante su público, los micrófonos y las cámaras.

El rostro de Clara pasó del blanco inmaculado al rojo carmesí. Pasados unos segundos de incertidumbre, ella se levantó y consiguió a duras penas que la siguiera hasta un rincón. Allí, una mujer con rasgos sudamericanos, sostenía un carrito que albergaba un bebé.

-Lo siento, Felipe, de verdad –dijo Clara mirando hacia el suelo-. Felipe –continuó diciendo la escritora-, éste es nuestro hijo.

Antes de abandonar el recinto de la presentación con rostro colérico y los puños apretados, pronuncié lo que, más que una contestación, pareció una sentencia.

-Nuestro hijo, sí… –dije con la mirada perdida-. Un hijo de puta.

jueves, 15 de julio de 2010

El humo en la botella, de Juan Ramón Biedma, por Paco Gómez

Lo he dicho muchas veces. Uno tiene sus escritores de referencia. Pero siempre se van descubriendo otros nuevos. Las formas de llegar a una novela serían motivo para componer un ensayo. Llegué a Juan Ramón Biedma gracias al blog de Pedro de Paz, de cuyo criterio me fío, que un día anunciaba el cercano lanzamiento de “El humo en la botella”. Pedro hablaba del escritor y alababa su estilo sin cortarse un pelo. Provocó mi curiosidad y así, me fui hasta su página web y empecé a recopilar información. Al saber que la editorial era “Salto de página”me dije que me haría con el libro en cuanto me fuera posible, a pesar de la cola de novelas que tenía para leer. Los de “Salto” se han consolidado con un catálogo de títulos estupendo. Además, cuidan la edición como nadie. Han conseguido encorsetar sus novelas bajo un formato agradable y reconocible para el lector, que sabe cuando tiene un libro en la mano de qué editorial es sin mirarlo. Todas la novelas son iguales pero, a la vez, cada una es distinta, en función de la colección a la que pertenezca y al autor que la escribe. En ese aspecto han triunfado. Tienen el detalle de regalar con cada libro un marcapáginas serigrafiado con motivos de la novela y el autor. Y lo más importante, no he leído ni un título que sea mediocre, todos son sensacionales.

Vi la novela en la caseta de la editorial, en la Feria del Libro de Madrid, cuando aún no estaba en las librerías y la estuve ojeando. Me dijeron que se presentaba en la Casa del Librocierta mañana y no pude acudir porque había quedado conFrancisco José Jurado para que me firmara un ejemplar de Benegas. Finalmente, unos días después, volví a la caseta de “Salto” y Juan Ramón Biedma me firmó mi ejemplar.

Empecé a leer y enseguida me di cuenta de que tenía entre las manos una novela distinta, marcadamente de autor. Juan Ramón habla de locos, de dementes y del comportamiento delictivo de éstos como consecuencia de su locura, aunque a veces parece que algunos de los personajes han llegado a la locura por la autopista de la delincuencia. En cualquier caso, todos esos dementes habitan unas calles de una Sevilla nada habitual, de paisajes oscuros y sórdidos; una Sevilla en la que cada dos por tres se va la luz (supongo que esto es una crítica real ya que Juan Ramón es sevillano y habrá sufrido los diversos apagones en la ciudad), aumentando esa atmósfera pesada y lúgubre; una Sevilla plagada de ruinosos manicomios regentados por oscuros religiosos sospechosos de hacer toda clase de experimentos con los enfermos.

La novela se arma a partir de tres personajes: Peña, Ana Mengele y Joaquín Anube. Estos treintañeros llevan toda su vida entrando y saliendo de centros de salud mental y al final se juntan y llegan a la conclusión de que deben hacer algo para rehacer sus vidas. Y se plantean un secuestro, el del hermano de Eme, otro de los personajes que escapa de una residencia de enfermos mentales como consecuencia de recibir una novela escrita muchos años atrás por un compañero de su abuelo, que también era un loco. Eme tiene algo con Peña desde que tenían doce años y ella con él. Sus caminos vuelven a cruzarse y al final Eme participa en el secuestro, un secuestro cutre y desorganizado, para eso ha sido planificado por dementes que a la vez son delincuentes de baja estofa. Las entradas de un blog que administra otro demente se van colando como cuñas entre los capítulos del libro. Y, finalmente, hay un detective contratado por Víctor Tobasa, el hermano de Eme, que es contratado para encontrar a éste. El detective, Set Santiago, no está loco aunque le falte poco. Es un abogado sin éxito que, sin embargo, tiene una hija,Austria, cuya vida está claramente marcada por la esquizofrenia que sufre, que la lleva incluso asesinar a gente acompañada por un compañero de clase que está fascinado por su comportamiento.

Joaquín Anube se relaciona con el Manzano, un antiguo compañero del colegio que es yonki y que no está muy cuerdo como consecuencia de las drogas. Juntos planean otro golpe, un atraco muy mal organizado.

Juan Ramón Biedma escribe bajo el punto de vista de los locos, sencillamente narra unos hechos y hay momentos en que me costó leer muchos capítulos porque me hacían daño. Dichos capítulos están exentos de moralidad o cualquier otra consideración. Creo que Juan Ramón está obsesionado con cierto tipo de comportamientos y ha creado personajes que los encarnen, pero no los juzga, es más bien al contrario. Porque por muchas maldades y tropelías o acciones sin sentido que se cometan, al final el lector se identifica con esos personajes que, en definitiva, son víctimas, y odia a esa sociedad de personas normales hacia la que hay una crítica implícita feroz.

El estilo de Juan Ramón es directo y le gusta jugar con los nombres y hacer guiños. El apellido Mengele es ilustre, como significativo es el secundario Ygor, tocayo de aquel personaje de Mary Shelley en Frankestein. Guiños como el que hace a la escritora Mercedes de Castro, bautizando a otro personaje secundario con su nombre y apellido.

Me parece que Juan Ramón no está nada de acuerdo con esa medida progresista que dejó a España sin manicomios y condenó a miles de enfermos y familiares a convivir con situaciones límite, con esos enfermos medicados en casa cuando antes estaban en centros mejor o peor atendidos, pero vigilados. Manicomio, palabra proscrita que no ha desaparecido del diccionario pero sí de los procesadores de textos.

La novela es terrorífica, cruda y hace reflexionar. El escenario es Sevilla, pero podría ser cualquier ciudad grande encarnada como un manicomio global en que los enfermos vagan a su suerte por unas calles inhóspitas.

Una novela altamente recomendable, por lo que cuenta y por cómo se cuenta. Aunque armaos de valor y de una buena iluminación para leerla. Protegeos contra el miedo.

Juan Ramón Biedma: Nace en Sevilla, estudia Derecho, y se dedica durante años a la gestión de emergencias, actividad que ha compaginado con la de locutor de radio, guionista, crítico musical y cinematográfico, así como con la colaboración en diversas antologías —Libertad condicionada y otros relatos, Guernika variaciones...— y publicaciones. El manuscrito de Dios, mención especial del jurado en el II Premio de Novela fallado por la Semana Negra de Gijón del 2004 y finalista del Memorial Silverio Cañada, supone su debut en el campo de la novela, iniciando una trayectoria que se vería continuada con El espejo del monstruo, El imán y la brújula, —obra por la que ha obtenido los premios Novelpol y Hammett a la mejor novela policíaca publicada en 2007— y El efecto Transilvania. Su última novela es El humo en la botella.

lunes, 12 de julio de 2010

Es lo que hay, de Paco Gómez

El Mundial ha tenido en vilo a mucha gente en el mundo. También aquí, en España, el que más y el que menos miraba de refilón a la televisión y, cuando menos, todos, futboleros y no futboleros, sabían de la trayectoria de la selección en Sudáfrica. Pero si de algo se debe tomar nota de este Mundial, aparte de la consecución de la Copa del Mundo por parte de una selección que representa a un país llamado España, es de la realidad ciudadana frente a las mentiras de los políticos.

Nuevamente, la ciudadanía se ha aferrado a la bandera, desde Bilbao hasta Cádiz y desde Badajoz hasta Barcelona, ciudad ésta en la que el Ayuntamiento se ha tenido que rendir a la evidencia y poner pantallas gigantes en la Plaza de España para que los ciudadanos barceloneses siguieran la final. Por cierto, por mucho que quieran maquillar las cifras, había ayer más gente viendo y disfrutando la final que el otro día en la manifestación contra la sentencia del famoso “estatut”. Es lo que hay. Como cierto es que José Tomás ha llenado la plaza de toros de Barcelona cada vez que ha ido allí a torear. Y también es lo que hay.

Esto es el país del esperpento. Nuestro Presidente del Gobierno, a pesar de que sus asesores han tratado de dibujarlo con trazos de estadista, conciliador y negociador, se ha comportado como un lobo con piel de cordero. Sólo le interesa el poder. Pactó con ERC e IU en Cataluña desbancando a CiU, que fue quien ganó las elecciones, con el único propósito de situar al PSC en la “Generalitat”. Por cierto, que pusieron como “President” a un andaluz que habla en catalán en el Senado para que se lo tengan que traducir a otro andaluz, aun a pesar de que el primero domina el castellano mejor que el catalán, ¿es o no es esperpéntico? Prometió el oro y el moro en un ejercicio de irresponsabilidad sin precedentes, y de esos barros tenemos ahora estos lodos de un “estatut” que sólo interesa a la clase política catalana y a sus escasos seguidores comparados con la totalidad.

Zapatero tampoco tuvo escrúpulos de pactar con el BNG en Galicia con tal de que otro socialista ocupara el poder en esa comunidad autónoma. Ni de pactar con el PP en Euskadi con el mismo objetivo.

Nos ha impuesto la paridad con calzador en el Gobierno, demostrándose una vez más que poner por delante de la eficacia el sexo es un atentado al sentido común. Nos ha propuesto un modelo de país al que aspiran ciertas minorías en un esfuerzo quijotesco que con esto del Mundial se ha demostrado esperpéntico. Sólo engañan a los ignorantes, pues los que saben Historia les pillan las mentiras al vuelo. Claro que, también se están preocupando bastante de tener a una masa iletrada con las sucesivas, dañinas e inútiles reformas educativas.

Los que saben, conocen perfectamente la Historia de este país. Pérez-Reverte nos recordaba un retazo de ésta en su artículo semanal narrándonos la valentía de los cristianos en las Navas de Tolosa y se lamentaba de que no se hiciera una película recordando a esos héroes, culpables, entre otras cosas, de que actualmente las mujeres no lleven velo en una España que tras la Reconquista se configuró como definitivamente cristiana y Europea. Película que, por supuesto, no subvencionaría el Ministerio de Cultura no vaya a ser que se molesten los herederos de quienes perdieron la batalla.

Quizá, según la filosofía zapateril, no deberíamos alegrarnos de haber ganado el Mundial, no vayan a molestarse las nacionalidades plurales de España, o como se diga, desde las que han ondeado banderas españolas como en el resto de autonomías. Es lo que hay.

viernes, 9 de julio de 2010

La Semana Negra comienza en Madrid, de Paco Gómez

El pasado jueves, 8 de Julio, en una tarde bochornosa con amenaza de tormenta, comenzó en la Casa América la Semana Negra de Gijón. Víspera de Tren Negro y día de resaca tras el paso de la Furia a la final del Mundial. El acto fue público y aglutinó a más de 30 escritores bajo la magistral batuta del director del evento,Paco Ignacio Taibo II, al que algún día alguien tendrá que plantearse hacer un monumento o, al menos, un busto o escultura al modo del de Woody Allen en Oviedo, sólo que en Gijón. Mientras escribo estas líneas, un grupo de lo más granado de nuestras Letras y algún escritor guiri de los anglófonos viajan en un tren denominado “negro” hacia la ciudad que albergará a esta XXIII Semana Negra, o sea, Gijón.
¿Quién es el tipo al que parece que Pedro de Paz da capones con la barbilla?

Llegué a la Casa América unos 15 minutos antes del evento después de degustar un maravilloso café Irlandés en el James Joyce, sito en la calle Alcalá. En el jardín había barras sin camareros pero la gente bebía. Rápidamente calculé que las bebidas se pillaban dentro. Pero entonces me saludó Carlos Salem, el del pañuelico pirata y pospuse lo de la cerveza. Cuando iba a pillarme una me encontré a un despistadoPedro de Paz, que se unió al grupo de Salem y nos mostró una camiseta serigrafiada con la foto de la Generación Torrezno, para partirse vamos. Más tarde me vi en la barra de dentro intentando pillar unas birras con Javier Márquez y con Frankie Jurado, pero entonces nos apremiaron a bajar a la sala en donde se iba a celebrar la mesa redonda, o como se diga, y nos marchamos de allí rápidamente dejando colgado al camarero que había tardado una eternidad en servirnos.

Paco Ignacio Taibo II, experimentado conductor de eventos de este tipo, planteó el tema de por qué escribir Novela Negra y dijo que hablaran todos por turnos en intervenciones de dos o tres minutos a lo sumo. Me impresionó la contestación deCristina Fallarás que adujo que ella escribía novelas de género porque le fascinaba el tema de la muerte. Fernando Marías llevó el tema hacia el cine y la influencia que éste había tenido en todos los que allí estaban a la hora de escribir. Carlos Salem dio en el clavo argumentando que el espectador de cine lo tiene más fácil porque aunque no le guste la película el máximo esfuerzo que tiene que hacer es seguir tumbado en el sofá. Sin embargo, a un lector que no le gusta una novela, la cierra y pasa de ella. Por tanto es más el esfuerzo que tiene que hacer el lector que el que debe hacer el espectador. Y, en consecuencia, es mayor el esfuerzo del escritor que el del director a la hora de enganchar a la gente.

Entretanto, estuve de acuerdo con Marías cuando dijo que todos querían inventar algo, un género nuevo, y que nadie lo había conseguido tanto como Salem, que esun género en sí mismo. No estuve de acuerdo con alguien que argumentó que las películas tienen banda sonora y efectos especiales mientras que las novelas adolecen de ello. No es cierto. Procuro que mis novelas tengan banda sonora porque hago constantes referencias a canciones y a grupos, creo que es fundamental. Y eso de que una novela no tiene efectos especiales es falso, los tiene y el único límite es la imaginación del autor.

Me provocó curiosidad la intervención de un escritor mejicano cuyo nombre no recuerdo y que dijo que había trabajado en los juzgados viendo la instrucción de toda clase de crímenes que llegaron a afectarle mentalmente, a él que, como dijo, hasta ese momento sólo había escrito poesías con pajaritos y mariposas azules. Acabó escribiendo Novela Negra por recomendación de su médico y acabo, así, sacando fuera todos sus demonios.

Francisco José Jurado acabó su intervención con un tajante “...escribo Novela Negra por rencor” que nos dejó a todos cariacontecidos y con una sonrisa.

La mesa redonda terminó en el mencionado jardín, con escritores pululando entre escritores, pero eso sí, esta vez con cerveza. Me encontré en un grupo charlando con Pedro de Paz, Javier Márquez y Salem. Y esporádicamente tuve el gusto de charlar con José Luis Muñoz, que estaba contentísimo porque es el primer año que va a publicar tres novelas a la vez; y con el padre de Benegas que este año ha sido finalista en casi todo, Francisco José Jurado, al que le comenté lo que me había gustado el final de su intervención.

Los escritores se marcharon como habían llegado, en tropel y bajo la batuta de Paco Ignacio Taibo II, en Metro, todos juntos y revueltos, dejando en el jardín tanta paz como alboroto llevarían a esos vagones que les llevarían al Hotel Chamartín para descansar, ya que el Tren Negro partía a las ocho de la mañana y el desayuno era a las siete, qué madrugón.

Todavía me quedé un rato con de Paz y con Salem acabando nuestras cervezas. Y le dije a Carlos que el Poe, el personaje principal de “Yo lloré con Terminator II”tenía entidad para protagonizar una novela, que si lo había pensado. Y me adelantó que no es que lo estuviera pensando, sino que el Poe ya era personaje principal en una de sus novelas no publicada y cuyo título me callo, que no conviene lanzar las campanas al vuelo antes de tiempo.

Total, que me fui como había venido, solipandis, en el bus para mi barrio disfrutando de un ensayo de Salvador Vázquez de Parga, publicado en el 86 y cuyo título es “De la Novela Policíaca a la Novela Negra”, muy propicio para la ocasión y que me costó 2 euros en la pasada Feria del Libro Antiguo de Ocasión. Al llegar al barrio, continué con la lectura en la freiduría, pero me metí para el cinto un bocata de gallinejas bien frititas. Y quien no sepa lo que son, ya sabéis..., San Google.

viernes, 2 de julio de 2010

Yo lloré con terminator 2, de Carlos Salem, por Paco Gómez

Yo lloré con Terminator 2” es el título del relato que abre el último libro de cuentos de Carlos Salem publicados por la editorial Escalera. A la vez, es el título del propio libro. Siendo Carlos talentoso para los títulos, me consta, esta vez fueOlaia Pazos quien se lo regaló, como él mismo los ha regalado otras veces a otros compañeros en su condición de escritor dadivoso. El libro no empieza con un prólogo, como es lo habitual, sino con una serie de principios, siete concretamente, como los días de la semana, que vienen a definir el género en que Carlos enmarca esta serie de relatos: la cerveza-ficción. Esto viene a ser, más bien, otra cachondada de las de Carlos, una más, ya que él mismo admite que no pretende crear un nuevo género y abre el mismo para otros escritores que se quisieran incorporar. No obstante, los principios son curiosos:

1.- No hay principios. Ni siquiera hay finales.

2.- No es necesario ingerir bebidas espirituosas para escribirla. Pero ayuda cantidad.

3.- Aunque no todo acabe en un bar, debe comenzar en un bar o refereirse a un bar aunque sea en el recuerdo.

4.- Todo está inventado, pero nadie ha leído todos los libros que existen.

5.- La Literatura es una exageración.

6.- El género no importa.

7.- La posteridad no existe.

Como se puede observar, de estos siete principios escritos, seguramente, en una servilleta de Casa Tirso en Lavapiés en un estado alterado de consciencia, no se pueden extraer las pautas técnicas necesarias para escribir un relato de cerveza-ficción, salvo la referencia a los bares, que es lo que queda más claro. Una vez leído el libro, quizá el lector pueda extraer sus consecuencias, pero que no se haga ilusiones, Salem es Salem y hasta para imitarle, se necesita una buena dosis de talento.

El libro no está compuesto por una serie de relatos aislados y sí, los bares son importantes. Carlos concibe el bar como lo que es, un lugar extraordinario en el que se juntan personas que, de otra forma, nunca lo harían. Un espacio de encuentros en donde la gente se relaciona ayudados en gran parte por la desinhibición que produce el bourbon y la cerveza Mahou, siempre Mahou. Una atmósfera no recreable en laboratorio que propicia poemas y relatos llenos de ternura.

El personaje principal de los relatos que componen “Yo lloré con Terminator 2” se nos presenta ya en las primeras páginas. Es el Poe, diminutivo de poeta, pero grande como lo demuestra su sombra que planea por todo el libro. El Poe, ex periodista, ex escritor y ex todo, que no para de repetir que “está harto de majaras” pero que tiene imán para atraerlos porque, en definitiva, él es el mayor majara. Por eso los entiende y por eso se arriman a él. Pero, en el fondo, es un majara muy cuerdo, con mucho talento, tanto, que el Perro y el Gato, dos policías muy chungos, acuden a la oficina del Poe, un bar, como no podía ser de otra forma, a contarle los casos que no pueden resolver para que él se los resuelva. Y lo hace aplicando la lógica deductiva holmesiana, dejando pasmados en cada caso a los de la Pasma, siempre ante la atenta mirada de Lola, la dueña del garito.

Los relatos que nos cuentan las peripecias del Poe se van sucediendo pero se ven cortados por otros relatos que actúan como cuñas, como “separapáginas”. En ellos, Carlos Salem nos presenta a otros dos extravagantes parroquianos del bar de Lola, el Tony, según él un artista, pero que en realidad vive de las mujeres a las que chulea, y el Ray, una especie de machaca, que juegan al gato y al ratón librando una batalla que al final gana el débil, el ratón, o sea el Ray, ayudado en la resolución por otro de los secundarios que es el nexo de unión con los relatos que protagoniza el Poe,el Loco.

Por tanto, los verdaderos “separadores” o “cuñas” no son los relatos del Tony y del Ray, sino otros como “Déjate las gafas” (único relato en el que no sale un bar), en donde Carlos nos propone un juego con evidente y deliciosa carga pornográfica; “El petiso milonguero” en donde en el colmo de la hilaridad el autor nos propone un sugerente encuentro entre Carlos Gardel (no es la primera vez que Carlos resucita al más grande) y Hitler en el París de 1928; y Toditos los feos” en donde se nos sugiere un soliloquio de un hombre que cree estar atrapado por el espejo.

Carlos Salem acostumbra a meter personajes de algunas de sus novelas en otras. Y en el relato titulado “Una bola de cristal de las buenas”, al Gato y al Perro, en una de sus visitas al bar de Lola en busca del Poe, les acompaña el inspector Arregi. Sabemos por las novelas de Carlos que el inspector acaba abandonando el Cuerpo para montar su agencia de detectives. Por tanto éste es un Arregi temprano cuyo encuentro con el Poe es magistral, ya que entre ellos, después de estudiarse minuciosamente ante dos bourbons, se establece una corriente de empatía. Ellos no lo saben, pero en el fondo son iguales. Su sagacidad y su personalidad me hacen suponer que el Poe no ha muerto con “Yo lloré con Terminator 2” y que Carlos nos lo volverá a mostrar en el futuro, seguramente en una novela y como protagonista.

Nada hay que decir a estas alturas sobre la narrativa de Carlos Salem. En este caso, el escritor baja al inframundo, nos muestra los personajes que lo habitan y tiene la habilidad de presentárnoslos de forma que no nos queda más remedio que admirarlos. Porque les dota de una ternura y de una personalidad que destilan Poesía, la Poesía de la marginalidad dotada de trazos surrealistas y humorísticos. Los personajes, lejos de dar pena, despiertan admiración, y eso es mérito de este pedazo de escritor.

Como no podía ser de otra manera, me dejé los dos últimos relatos, memorables y que constituyen en sí el espectacular desenlace del libro, para leerlos después de tomar unas cervezas. Y como dice el propio Carlos, el amor a la Mahou no es estrictamente necesario para afrontar la lectura del libro, pero ayuda. Me tomé la última en la bodega del Suso, en mi barrio. Estuve charlando con el Ricky, un personaje que parece que se ha escapado de un relato de Salem, ex yonki y ex todo, hasta ex escritor, que me dijo una frase que puso el colofón a la lectura del libro. Me miró muy serio y me soltó: “Yo soy un poeta, pero también soy un hijo de puta”. Me lo dijo tras una mueca graciosa pero con mirada de acero. Le di a leer un relato y se rió tanto que casi se atraganta. Me dijo que era muy bueno y se fue. Quiso hacerme creer que había leído el relato entero, pero yo sabía que no había sido así. El Ricky no tiene concentración para leer tantos párrafos. Pero como uno de los personajes de los relatos de Carlos Salem, también resulta entrañable y lleno de ternura.

Carlos Salem: (Buenos Aires, 1959), autor hispanoargentino, ha dirigido diarios como El Faro de Ceuta y El Telegrama o El Faro de Melilla, y colabora con distintos medios de comunicación. Ha publicado los poemarios Te he pedido amablemente que te mueras (1986), Foto borrosa con mochila (2005) y Poemas al otro lado de la barra (2007). Su primera novela, Camino de ida (Salto de Página, 2007, y traducida al francés como Aller simple), fue galardonada con el Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela policíaca. En 2008 publicó su segunda novela, Matar y guardar la ropa (Salto de Página, 2008) y en 2009 publica la tercera, Pero sigo siendo el rey (2009 Salto de Página). Desde 2006 codirige el espacio literario Bukowski club de Madrid. Además ha publicado los libros de relatos Yo también puedo escribir una jodida historia de amor y Yo lloré con Terminator 2 (Relatos de cerveza-ficción). Es profesor en el Centro de Formación de Novelistas, con sede en Madrid y dicta talleres de narrativa creativa en Madrid y en Ginebra. Es autor de los poemarios Te he pedido amablemente que te mueras (1986), Foto borrosa con mochila (2005) y Poemas al otro lado de la barra (2007). Recientemente ha publicado otros dos poemarios: Si Dios me pide un Bloody Mary y Orgías de andar por casa.