Poemario NO TARDES EN VOLVER A LA CRISTALERA DEL TIEMPO, de Virtudes Reza. EDITORIAL LEDORIA

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El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero.
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viernes, 31 de julio de 2009

El tabaco, de Paco Gómez

Pero bueno, qué manía les ha dado a todos los políticos del mundo mundial civilizado con hacernos la vida imposible a los fumadores. Hoy, la ministra del gremio, doña Trinidad Jiménez, ha dicho que la ley antitabaco está en fase de evaluación y que, ante las buenas notas extraídas por la citada ley, se pasará al siguiente estadio, es decir, que los fumadores sólo podamos fumar en la calle. Pues..., apañados estamos. También ha dicho que los fumadores visitamos más los hospitales que los no fumadores y que eso cuesta dinero. Se le ha olvidado mencionar que más del 50% del dinero que vale el paquete son impuestos que van a las arcas del Estado. Digo yo, que cuando me toque ser inquilino de las frías habitaciones de cualquier hospital, tendré pagado el alquiler. Tengo cuarenta y tres años, fumo desde los dieciséis, y de momento no he tenido el gusto, toco madera.

Si por mí fuera, prohibiría el tabaco. ¿No es tan malo? Pues que lo quiten. Claro que, habría que suprimir también la venta de alcohol. Y la de coches, que anda que no contaminan. Y quizá las fábricas y sus expulsiones de CO2 a la atmósfera. Y las nucleares y sus residuos activos durante mil años. Y los conservantes y, ya puestos, la mayoría de los puestos de trabajo que causan enfermedades crónicas como lesiones de espalda, enfermedades respiratorias, etc. Pero no, aquí lo que cuenta es ir arrinconando a los fumadores hasta sus propias casas. Ahora, el tomar un par de vinos en una cena, echar un cigarrito mientras charla uno con los amigos y cerrar la velada con una copita de güisqui, está muy mal visto. Uno puede ser un ciudadano ejemplar, pero si hace lo mencionado es un cuasi delincuente o un apestado. Pues muy bien.

Antes fumar era muy de izquierdas, que se lo pregunten a González o a Carrillo. Al parecer hoy, ser de izquierdas conlleva un matiz de inquisidor que empieza a resultar condenadamente molesto para los que nos gusta disfrutar de las libertades. Y no critiques, que te llaman reaccionario. Como molesto empieza a ser que te miren con desprecio los mismos que luego llevan a sus niños a las hamburgueserías o pizzerías y, junto con ellos, se ponen hasta las trancas de grasa.

Si hay que prohibir el tabaco, que lo supriman. Y si no, que nos dejen en paz, que ya está bien.

jueves, 23 de julio de 2009

Pedigüeños, de Paco Gómez

Aun a pesar de la idea que atesoran algunos de que los escritores somos seres solitarios, raros y extravagantes, a mí, que no niego alguno de los rasgos mencionados en mi carácter, me gusta salir, ver mundo y charlar, aunque he de decir que me aburren la mayoría de las conversaciones triviales que escucho últimamente. Pero sí, me encanta sentarme en una terraza con unos amigos y hablar de aquello y de lo otro. Y una de mis actividades preferidas es tomar café en una terracita y leer una novela o el periódico, sobre todo ahora en verano que tengo tiempo. No sólo leo, sino que aprovecho para ver pasar a la gente y para fisgonear en conversaciones ajenas aprovechando el rol de lector solitario, que de eso (lo de fisgonear) se aprende un huevo.

Pero me molestan ciertas cosas, como por ejemplo el excesivo ruido a mi alrededor, de coches, de máquinas de limpieza, de martillos hidráulicos que perforan aceras, y de chillidos de niños y adultos y ladridos de perros.

Últimamente hay una cosa que me saca de quicio. No quiero parecer engreído ni pedante ni nada por el estilo; comprendo la necesidad de quienes no tienen dinero ni recursos, pero cuando uno quiere relajarse y no puede, acaba cabreado. Me estoy refiriendo a las distintas adaptaciones del pedigüeño de terraza que, como últimamente son legión, pues acaban molestando. El pedigüeño siempre ha existido y seguirá existiendo aunque nunca se mostró en tan diferentes versiones: el del mechero con el típico cartelito; el yonqui; el “chalao”; el jipi “desfasao”; el de la flauta y los del acordeón (éstos son especialmente molestos porque tocan rematadamente mal); el de la ONCE y el de los otros, los minusválidos, que te meten el cupón en los ojos; la del ramito de romero que si no se lo compras te echa la maldición; los de la trompeta y la cabra...; en fin, como pueden ver toda una gama de pedigüeños que te importunan mientras lees o charlas y no siempre son pasivos, pues en algunos casos hasta se ponen impertinentes si no das dinero y te hacen pasar un rato desagradable.

No tengo ni idea, ¿eh? Pero entiendo yo que el que todos éstos dejen por fin de molestar al ciudadano tiene que ser cosa de los ayuntamientos a través de la Policía Municipal. Yo sería uno de los ciudadanos que se mostrarían agradecidísimos si así se procediera. Y creo que no sería el único.

lunes, 20 de julio de 2009

Madrid en estado puro, de Paco Gómez

Acabo de regresar de Madrid en fulminante visita de ida y vuelta para volver a introducirme en Algeciras, ciudad que lleva ya seis años albergando al que esto escribe. Cada vez que viajo al Foro la comparación y los contrastes son irremediables. Lo primero que me llamó la atención fue la evolución de la personalidad de los músicos en el Metro. Antes, como ahora en Algeciras, estaban los del acordeón, el de la guitarra y el indio de la flauta de tubos, pero todos a pelo. Ahora no. El de la flauta, ahora lleva caja de ritmos y micro y claro, los compases de “El cóndor pasa” suenan mejor. Luego, en el pasillo había un nota tocando “New York, New York” al saxo. Si a mi consabida debilidad por el saxo se añaden los ritmos, concluyo que aquello sonaba de maravilla. Pero es que luego había un vocalista que se marcó el “You are so beautiful” al micro, con su cajita de ritmos, claro, de manera magistral. Qué voz que tenía, por Dios. Y todo esto por no mencionar al del chelo y al violinista de hoy que interpretaban clásica como los ángeles.

Por lo demás, todo como siempre. Bueno, mejor sería decir como últimamente, con una mezcla de gentes de diferentes zonas del mundo como en pocas capitales se ve. Las terrazas a tope, las bravitas de Sol de rigor, paseíto por el Rastro, los paseos por la Plaza Mayor y el Palacio Real, etc; los mismos dos heavys cincuentones de siempre que cita Reverte en su artículo de “El Semanal” del finde, con sus litros del Mahou y estacionados en el mismo sitio de siempre, es decir, en la Gran Vía, frente al edificio de Telefónica; las librerías, incluyendo una grandísima que he descubierto en la calle Luchana en este viaje y en donde me he agenciado dos títulos en bolsillo de Chandler. Y un fenómeno que, al parecer, no conoce fronteras. En el Metro, en las cafeterías, en los parques, siempre hay gente leyendo. Pero jamás había visto a tanta gente con el mismo libro en sus manos. ¿Adivinan cuál es? Pues claro, sí el que se estaban imaginando, el de Larsson.

Y como anécdota, la frustración de un municipal que tomaba anoche un café en el mismo pub irlandés en el que yo degustaba una Murphy’s roja de barril. El hombre, de unos cuarenta, contaba a un escéptico barman veinteañero que sonreía con indiferencia lo harto que estaba de ser policía municipal, trabajo, siempre según sus propias palabras, rutinario y falto de motivación y creatividad. Estaba harto de los compañeros “rambitos”, de los licenciados que entraban en el cuerpo por la estabilidad laboral, de los que lo hacían por tradición familiar y de un trabajo, en definitiva, en el que había una fuerte jerarquía que impedía las actuaciones individuales. Al final terminó diciendo que iba a pedir excedencia y que se iba a ir a Fuerteventura a buscarse la vida pescando. Eso, mejor que acabar deprimido o divorciado, como la mayoría de sus compañeros. Pues atentos los mandos, que digo yo que no será nada bueno tener a una policía desmotivada.

En fin, que aquí estoy de nuevo, en Algeciras, sin tantos matices, pero en donde aún uno se puede comer un borriquete o un pargo recién cogido de las aguas de la Bahía. Y en donde, de igual forma, siempre se puede leer una novela de Chandler (ya me leí las de Larsson), como en Madrid, pero mirando al mar y mecido por su agradable brisa.

martes, 14 de julio de 2009

Soñé, de Paco Gómez

Soñé que caminábamos de la mano,

que corríamos al son de una canción,

yendo al cine de verano,

con tu sonrisa brillante,

con el destello relampagueante de tus ojos,

alumbrando las calles de la ciudad,

vivíamos frente a la muralla de un castillo,

y me juré que un día viviríamos dentro,

para hacerte reina del corazón

en el que mora tu amor.

Soñé que tu pelo era una cascada,

y que la melancolía había muerto,

que mi alma volvía a estar limpia,

curada por tus besos,

libre de anhelos,

y que mi espíritu había ahuyentado

los fantasmas de otros días,

días oscuros y espesos,

dolorosos y pesados

como los días de invierno.

Soñé que veía tu rostro,

y que no veía más paisajes muertos,

soñé que me abrazabas,

y que, por fin, caminaba sin velo,

volviendo a ver las calles

desde fuera de los bares,

atardeceres de los de antes,

sin demonios ni fantasmas,

sin agobios ni tormentos,

y que paseaba libre.

Soñé que la calle de la melancolía

había cambiado de nombre.

Soñé que deambulaba por la calle de la Alegría,

luz donde antes sólo había tinieblas,

versos luminosos

en vez de versos malditos,

que mecían tu rostro

enmarcado por tus cabellos,

que me dan la vida

y me privan de morir.

sábado, 11 de julio de 2009

Terminé, de Paco Gómez

Con mucho esfuerzo, con muchas horas de sacrificio..., tras muchas horas de soledad, después de dedicar horas y horas al trabajo de documentación, y después de someter el texto a interminables correcciones, he terminado mi tercera novela. Cada una de ellas es como un parto y la espera para verlas publicadas es uno de los ejercicios de paciencia que con más disciplina he tenido que llevar en la vida. La que acabo de terminar es la tercera. La primera, cuya redacción y corrección terminó hace unos dos años y medio, la mandé a una de las agencias más importantes de España. Para mi sorpresa, me contestaron que les gustó y que la mandaban como propuesta editorial a una editorial importante. Me quedé totalmente flipado cuando me informaron de que a la editorial le había gustado mucho y me pusieron un contrato delante de mis narices. Lo firmé y hasta ahora. Al parecer, el libro va a salir publicado en noviembre.

Mientras tanto he escrito otras dos novelas que están a la espera de que se publique la primera. Desde entonces he hablado con amigos y con otros escritores que me preguntan que cómo no he enviado las novelas a algún concurso, etc. Y la respuesta no la sé ni yo mismo. Lo cierto es que la experiencia me dice que las trayectorias de cada escritor son totalmente diferentes y que no dependen de los mismos. Si yo hubiera querido, a estas alturas la novela ya estaría publicada con Diputación, Ayuntamiento o con alguna editorial menor. Puede que, incluso, si la hubiese enviado algún concurso, habría ganado, o no, que nunca se sabe, y puede que la novela, quién puede saberlo, ya estaría editada. Pero en todos los casos, la trascendencia habría sido mínima.

Yo he preferido ejercitar la paciencia, consciente de que he tenido una suerte inmensa. Primero, al haber sido admitida la novela por una de las principales agencias del país. Segundo, por haber aceptado el texto una editorial grande. Mientras tanto, sí, he escrito otras dos de las que no tengo ni idea de lo que pasará con ellas. Pero, en todo este tiempo, he tenido que ejercitar la paciencia para no tener alguna otra crisis de ansiedad producida por la espera. Lo bueno es que tengo mi trabajo y no vivo de esto. Imaginaos las ganas que tengo de que llegue noviembre. Y espero que la recompensa llegue a paliar el coñazo de la espera producida durante dos años y medio.

martes, 7 de julio de 2009

Los desatinos autonómicos, de Paco Gómez

A estas alturas nadie medianamente sensato es capaz de negar que la dictadura franquista se dedicó sistemáticamente a reprimir todo lo referente a identidades dentro de España. Se prohibieron fiestas tales como los carnavales, se atentó de manera constante contra la libertad de expresión, sobre todo la que tenía que ver con identidades regionales, y se prohibió hablar en gallego, valenciano, catalán, euskera y en los dialectos diversos de otras regiones. ¿Qué estuvo mal? Sí, muy mal. Pero también es cierto que con la llegada de la democracia todo aquello se acabó. Se levantaron las restricciones, se volvieron a crear parlamentos autonómicos y se restauraron competencias. En algunos casos, determinadas autonomías adquirieron ciertas competencias por primera vez en su historia.

Pero las nuevas autonomías, sobre todo la vasca y la catalana, no se mostraron muy contentas. Seguían hablando de estado represor y no sé cuántas cosas más. Parece como si se sintieran muy cómodos en ese discurso y satisfechos de sentirse marginados como si todavía estuviera Franco, sólo que ya no estaba. Sus respectivos partidos nacionalistas han ido ocupando legislatura tras legislatura un gran porcentaje de escaños en el parlamento español, merced al generoso sistema electoral español para con ellos. Y se han dedicado de forma sistemática a garantizar la gobernabilidad de los dos partidos principales cuando sólo disponían de mayorías simples. Aunque, verdaderamente, lo que han hecho es chantajear al partido de turno a cambio de más competencias. Los ciudadanos vascos, gallegos, catalanes y valencianos son un tanto más ricos que los demás españoles ya que son bilingües. Por un lado cuentan con el castellano y por otro con sus respectivos idiomas autóctonos. Eso les ha dado privilegios frente a los demás españoles. Pongamos un ejemplo: ellos pueden opositar en todo el territorio nacional a cualquier escala funcionarial del Estado o autonómica; sin embargo, el resto de españoles no puede hacerlo en Cataluña, Galicia, Valencia o Euskadi.

El último despropósito es una ley aprobada por la Generalitat de Cataluña que obliga a todos los niños de allí a estudiar en catalán. Aun siendo dos los idiomas oficiales, el Parlament incumple una vez más la Constitución y los políticos españoles haciendo el Don Tancredo, mirando para otra parte, vamos, no se vayan a molestar en Cataluña. Tenemos unos políticos indignos de gobernarnos, pero ahí están y les seguimos votando. Los catalanes han metido la pata hasta el fondo. Cuando deberían garantizar la enseñanza en los dos idiomas y proporcionar los medios para que se aprendiese el otro, vuelven a marginar el castellano, privando a los niños catalanes de poder expresarse en una lengua que, quieran ellos o no, es infinitamente más universal que el catalán, haciendo gala una vez más de su necedad y de su aldeanismo. Además han hecho correr la creencia de que quien defiende el castellano es de derechas y que quien defiende el catalán es muy progre.

Pues yo soy madrileño, y a mucha honra, de un barrio obrero de tradición de izquierdas, y me parece que los de ciertas autonomías se están pasando, claro que existen los que se lo permiten. E insisto en que estamos gobernados por políticos mediocres. Soy castellanohablante y estoy orgulloso de ello al igual que de mi condición de ciudadano del mundo. Claro que, también soy consciente que después de escribir esto, lo mismo pertenezco al Estado represor y yo no lo sabía. Aunque también puede ser que ciertos políticos sean un tanto gilipollas y ellos tampoco lo sepan.

Los desatinos autonómicos, de Paco G

A estas alturas nadie medianamente sensato es capaz de negar que la dictadura franquista se dedicó sistemáticamente a reprimir todo lo referente a identidades dentro de España. Se prohibieron fiestas tales como los carnavales, se atentó de manera constante contra la libertad de expresión, sobre todo la que tenía que ver con identidades regionales, y se prohibió hablar en gallego, valenciano, catalán, euskera y en los dialectos diversos de otras regiones. ¿Qué estuvo mal? Sí, muy mal. Pero también es cierto que con la llegada de la democracia todo aquello se acabó. Se levantaron las restricciones, se volvieron a crear parlamentos autonómicos y se restauraron competencias. En algunos casos, determinadas autonomías adquirieron ciertas competencias por primera vez en su historia.

Pero las nuevas autonomías, sobre todo la vasca y la catalana, no se mostraron muy contentas. Seguían hablando de estado represor y no sé cuántas cosas más. Parece como si se sintieran muy cómodos en ese discurso y satisfechos de sentirse marginados como si todavía estuviera Franco, sólo que ya no estaba. Sus respectivos partidos nacionalistas han ido ocupando legislatura tras legislatura un gran porcentaje de escaños en el parlamento español, merced al generoso sistema electoral español para con ellos. Y se han dedicado de forma sistemática a garantizar la gobernabilidad de los dos partidos principales cuando sólo disponían de mayorías simples. Aunque, verdaderamente, lo que han hecho es chantajear al partido de turno a cambio de más competencias. Los ciudadanos vascos, gallegos, catalanes y valencianos son un tanto más ricos que los demás españoles ya que son bilingües. Por un lado cuentan con el castellano y por otro con sus respectivos idiomas autóctonos. Eso les ha dado privilegios frente a los demás españoles. Pongamos un ejemplo: ellos pueden opositar en todo el territorio nacional a cualquier escala funcionarial del Estado o autonómica; sin embargo, el resto de españoles no puede hacerlo en Cataluña, Galicia, Valencia o Euskadi.

El último despropósito es una ley aprobada por la Generalitat de Cataluña que obliga a todos los niños de allí a estudiar en catalán. Aun siendo dos los idiomas oficiales, el Parlament incumple una vez más la Constitución y los políticos españoles haciendo el Don Tancredo, mirando para otra parte, vamos, no se vayan a molestar en Cataluña. Tenemos unos políticos indignos de gobernarnos, pero ahí están y les seguimos votando. Los catalanes han metido la pata hasta el fondo. Cuando deberían garantizar la enseñanza en los dos idiomas y proporcionar los medios para que se aprendiese el otro, vuelven a marginar el castellano, privando a los niños catalanes de poder expresarse en una lengua que, quieran ellos o no, es infinitamente más universal que el catalán, haciendo gala una vez más de su necedad y de su aldeanismo. Además han hecho correr la creencia de que quien defiende el castellano es de derechas y que quien defiende el catalán es muy progre.

Pues yo soy madrileño, y a mucha honra, de un barrio obrero de tradición de izquierdas, y me parece que los de ciertas autonomías se están pasando, claro que existen los que se lo permiten. E insisto en que estamos gobernados por políticos mediocres. Soy castellanohablante y estoy orgulloso de ello al igual que de mi condición de ciudadano del mundo. Claro que, también soy consciente que después de escribir esto, lo mismo pertenezco al Estado represor y yo no lo sabía. Aunque también puede ser que ciertos políticos sean un tanto gilipollas y ellos tampoco lo sepan.

domingo, 5 de julio de 2009

El placer de leer, de Paco Gómez

El otro día me dejé una novela olvidada en un bar. Por la noche, al acostarme, la eché en falta y me volví loco buscándola por el apartamento hasta que me di cuenta del olvido y me acosté con la esperanza de recuperarla aunque, a decir verdad, no albergaba muchas expectativas porque el bar estaba lleno. Encima, era la última de Larsson y me dije que con el tirón mediático correspondiente..., en fin, que casi asumí que tendría que ir a comprarme otro ejemplar. Al día siguiente me pasé por el establecimiento a tomar un vermucito y a preguntar. El libro estaba, cosa que agradecí a los camareros, aparte de comentarles la poca ilusión que tenía de encontrar el libro la noche anterior. Para mi sorpresa se echaron a reír y me dijeron que quién se iba a llevar un libro, además tan gordo. Daban por supuesto que los intereses de los clientes habituales eran otros bien distintos y que los de ellos...: “como leemos tanto...” decía una camarera en plan socarrón. En fin, que me tomé el vermú y me fui de allí con “La reina en el palacio de las corrientes de aire” bajo el brazo, contento de haberlo recuperado y un pelín triste por lo que acababa de escuchar.

Desde luego, la gente que no lee no sabe lo que se pierde. Empezar a leer una novela nueva es un acto casi mágico, de los pocos que quedan en estos mundos de Dios. Yo siempre empiezo contemplando la portada, leyendo el título y el nombre del autor, contemplando su fotografía (si es de los que la lleva) y volviendo a repasar su biografía y la sinopsis de la trama. Una vez cumplido el ritual, abro el libro y me voy hasta la primera página: “Capítulo 1”, leo, y pienso en las horas tan felices que me esperan.

Abrir una novela es abrir una puerta, es empezar un viaje, es reunirse con uno mismo, es abrazar la soledad y el aislamiento esperado después de días de trabajo y preocupaciones, y estar dispuesto a disfrutar de paisajes, de personajes, de situaciones y de buenas formas a la hora de escribir, y de aprender.

Para mí el año empieza en septiembre, cuando empiezo con mi trabajo habitual. Paralelamente, suelo empezar a escribir una novela que termino en junio aproximadamente, depende. Y a partir de ahí y, durante el periodo de verano me dedico a devorar novelas. Ahora me encuentro en ese periodo que cito. Tras terminar de escribir mi novela, me esperan julio y agosto para leer todo lo que me dé la gana. Y me lo voy a pasar en grande, porque leer es eso, pasarlo en grande.

sábado, 4 de julio de 2009

Ave que vuela bajo, de Paco Gómez

Soy ave que vuela bajo,

siento la gelidez de tu aliento,

mientras mi corazón se oxida

y mi alma se nubla,

y muero,

muero por una sonrisa,

destapo miradas impías,

observo luces apagadas,

de la senda del olvido,

que recorro ausente,

salvando obstáculos,

superando odios,

con mi espíritu baldío,

en calles de sombras.

Soy ave que vuela bajo,

para perder el silencio

de voces vacías,

de voces malditas,

de sonoros cantos malditos,

que corean letanías muertas,

en panales de miseria,

en marquesinas dormidas,

que generan pesadillas

y prolongan sufrimientos

de ideas marchitas,

con flores negras

de pétalos de sangre

inyectados de malicia.

Soy ave que vuela bajo,

oteando tus perfumes,

buscándote entre corduras

que se tornan en locura,

raseo el suelo siguiendo

rastros de melancolía,

de gente absorta,

de soledades fingidas

y sonrisas falsas,

palabras encadenadas

que fluyen sin sentido,

que me marean,

que se tornan en discursos vacíos

que cercenan mi memoria.